Primer plato

Las pitayas colorean las Nueve Esquinas

A pesar del calor del mediodía, este barrio centenario de Guadalajara es un jolgorio con la venta de los frutos que llegan del sur de Jalisco

Juan Carlos Núñez

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Fotografía: Juan Carlos Núñez Bustillos

Domingo, dos de la tarde. El sol cae a plomo sobre la ciudad adormilada. Pocos caminantes transitan por las aceras de ardiente cemento. Pero hay un rincón que parece un hormiguero: el barrio de las Nueve Esquinas. Las pitayas y otras frutas de la temporada atraen a cientos de personas que se congregan en las calles y plazuelas.

Las vendedoras de pitayas ofrecen en voz alta sus productos. Los compradores negocian los precios según el tamaño y lo “macicitas” que estén. Se encuentran desde $2.50 pesos la pieza al mayoreo hasta $12 pesos las más grandes.

Un señor flaco de bigotito bien recortado carga con mucho cuidado, como si fuera el Niño Dios de una procesión, una caja de cartón. Sobre una cama de alfalfa resaltan los vivos colores de las pitayas que eligió escrupulosamente. Bernardo, en cambio, se llevó una caja completa con 181 frutos que apenas se ven entre la maraña de alfalfa que los protegen y apenas las dejan ver. “Yo ya tengo mi dealer”, explica este joven experto en cocina. “Lo conozco desde hace años. Le compro por mayoreo, salen más baratas y están buenas. A veces nomás le llamo por teléfono y hasta me las ha llevado a domicilio”.

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Fotografía: Juan Carlos Núñez Bustillos

Momentos después una mujer quiere seguir el ejemplo del joven cocinero, pero el dealer acaba de entregar a un intermediario su última caja. “Se la acabo de vender a él”. Como en la Bolsa de Valores la ley de la oferta y la demanda determina el precio. “Se la voy a dar barata, nomás le voy a subir 50 centavos más por cada una”. La compradora resignada asume el costo de no haber llegado dos minutos antes.

Otros no esperan. Sentados en una bardita de la plazuela, la abuela, la mamá, el papá y el nieto devoran una tras otra su pitayas, sin darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor. Los chorretes colorados escurren por la cara del niño que es un experto en pelar los frutos.

Una mujer grande de amplio y fresco vestido tiene sus preferencias geográficas.

-“¿Estas de dónde son?”, pregunta muy seria.

-“De Techaluta, recién cortaditas”, responde la joven vendedora.

-“Ando buscando las de Amacueca”, responde la doña y sigue su búsqueda.

Otros compradores las buscan por colores. “¿Ya no tiene blancas?”, pregunta un señor. “Deme una de cada color”, pide una joven.

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Fotografía: Juan Carlos Núñez Bustillos

Las flores secas de la pitaya se ofrecen por sus propiedades medicinales. “Se cuecen tres en un litro de agua. Sirven para la diabetes, los triglicéridos y el colesterol”, afirma el vendedor.

Jordi es un joven hidalguense que no conocía estos frutos de cactus. “Al principio no me gustaban, me parecían como gusanitos”. Después de ese primer momento de desconcierto descubrió estas maravillas.

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Fotografía: Juan Carlos Núñez Bustillos

Pero no sólo hay pitayas. Guamúchiles, capulines, ciruelas amarillas, mangos, mameyes, guayabas, tunas y guanábanas completan la oferta.

El calor no amaina. En enormes canastos llegan más remesas de pitayas. Bajo sombrillas de colores, vendedores y compradores llenan de vida el centenario barrio en un adormilado domingo tapatío.

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