Primer plato

El pozole, una historia sangrienta

Los antiguos mexicas cocinaban un plato ceremonial con carne humana y maíz. Tuvo un sentido ritual, no era costumbre diaria

Patricia Bañuelos

El pozole, un plato con historia. Foto: JC Núñez.

“El pozole es uno de los platillos asociados a lo mexicano, a la mexicanidad, y por ello se relaciona con la recuperación de identidad en el sentido de ser conscientes de lo que somos, de dónde venimos y porqué hacemos lo que hacemos”. Alfonso de Jesús Jiménez Martínez (investigador en Turismo)

Septiembre es el mes en que más mexicanos nos sentimos, son días de olvidarnos un poco del caos social y económico del país para sencillamente gritar: ¡Viva México! Un mes de tequila y mariachis, un mes tricolor que nos recuerda el momento en que nos erguimos como una orgullosa república mexicana. Como mexicanos tenemos gran variedad de tradiciones gastronómicas para compartir con el mundo, pero en esta ocasión me voy a enfocar sólo en un platillo legendario, en ese que nació antes de la llegada de los españoles: el pozole.

Imágenes de la época muestran la antropofagia.

En el idioma náhuatl, pozolli significa espuma. Recibe ese nombre porque los granos de maíz blanco (cacahuazintle) al hervir se abren como flor y forman esa espuma tan peculiar. El pozole fue creado con un carácter ceremonial y justo por este detalle se tiñó de sangre, de sangre humana.

Fray Bernardino de Sahagún, en su “Historia general de las cosas de la Nueva España”, relata el uso de la antropofagia entre los aztecas. A Moctezuma se le enviaba un pozole con muslo de algún prisionero sacrificado durante la fiesta dedicada a Xipe Totec, dios de la primavera; quien representaba el comienzo de la época de lluvias. Como símbolo de la abundancia en la vegetación, el dios vestía la piel de una víctima humana. No por nada, a este dios zapoteca, adoptado por los aztecas durante el mandato del emperador Axayácatl (1469-1481), se le conoce como: “Nuestro Señor el Desollado”.

En la crónica de Sahagún se lee que luego de enviar la pierna humana al emperador, “lo demás lo repartían por los otros principales o parientes; íbanlo a comer a la casa del que cautivó al muerto cocían la carne con maíz y se daba a cada uno un pedazo en una escudilla o cajete con su caldo y su maíz cocido, y llamaban a aquella comida tlacatlaolli”.

Era un plato ritual.

Este acto que fue inmediatamente condenado como salvaje y anticristiano por los colonizadores, digamos que “el burro hablando de orejas”, pero bueno, ese es otro tema, aunque en este caso, sólo el emperador y los sacerdotes de más alto rango, se consideraban dignos de comer este platillo en ocasiones especiales.

El investigador Fernando Anaya Monroy, especialista en historia prehispánica de México afirma: “La antropofagia existió entre los antiguos indígenas, pero su sentido tuvo carácter ritual y no constituyó costumbre diaria”.

Por otro lado, la cosmovisión de los aztecas asocia el color blanco del cacahuazintle con el dios Iztac Mizcóatl, el llamado: “blanca serpiente de nubes”. El ritual de este patillo representaba la dualidad permanente de la visión mística de los mexicas, es decir, el origen y el fin; el cielo y la tierra; el día y la noche. Esta dualidad la simbolizaron de muchas maneras, el comer pozole equivalía a participar del rito de la creación, en donde Quetzalcóatl repta y vuela con la serpiente y el águila, combinando su condición terrenal y divina.

Tras la conquista, los españoles tuvieron a bien sustituir la carne humana por carne de cerdo, que (dicen) tiene un sabor similar. A pesar del cambio de ingredientes y el significado original del pozole, su consumo no sólo se mantuvo entre los indígenas, sino que dejó de ser un platillo exclusivo de altos mandos religiosos.

Creo que sin mucho discutir, le podemos dar la razón a las palabras de Alfonso de Jesús Jiménez, al inicio de este texto. Nuestros ritos alimenticios tienen un significado y conocerlos es conocernos a nosotros mismos. Somos parte de un país con una riqueza cultural enorme y eso abarca también a nuestra cultura gastronómica. Hagamos del comer el ritual que nos une a nuestros ancestros, a nuestra tierra e historia, y desde luego, a nuestras tradiciones.

 

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