En este documental, Everardo González nos lleva de los llanos donde se produce a la antigua usanza esta bebida prehispánica, a una pulquería de la ciudad de México
Juan Carlos Núñez Bustillos
Al pulque se le canta y se le reza. “Entre más se le reza, más bueno sale”, dice uno de los mayordomos tlachiqueros que quedan en el altiplano del país. Pero el pulque también hace cantar a quien lo bebe y bailar, y llorar.
De uno y de otro lado la canción acompaña a esta bebida que se extrae del maguey. Cantan quienes lo producen y cantan también quienes lo beben. Cada quien sus tonadas. En el documental “La Canción del Pulque”, Everardo González nos lleva de los llanos de los altiplanos del país donde la bebida se produce todavía con las técnicas prehispánicas, a la cantina La Pirata, en la ciudad de México.
Los maestros tlachiqueros cantan con religiosa devoción agradecimientos y peticiones que a ratos parecen lamentos. Los consumidores entonan con la alegría obnubilada, en medio de un concierto de mentadas de madre.
“En un principio, cuando los hombres andaban recolectando sus alimentos encontraron, tras los magueyes salvajes, a unos conejitos tirados. Entonces creyeron que se habían muerto. Se los llevaron a sus chozas y con el cuidado que les dieron, en un momento dado estos animalitos despertaron de un estado de choque, en un estado de dormidos y huyeron. Entonces las personas aquellas siguieron a los conejos que se dirigieron a los magueyales y vieron que iban a beber del corazón del maguey. Se introducían allí. Entonces ellos regresaron con recipientes apropiados y también probaban qué era. Fue cuando descubrieron el aguamiel y lo guardaron. Con el tiempo vieron que ese sabor había cambiado. Así inventaron propiamente la creación del pulque”, explica uno de los entrevistados.
La pulquería
Everardo González señala en un texto sobre el origen de su documental: “Cuando comencé a leer y a investigar sobre la tradición del pulque y las pulquerías, no sólo me di cuenta de su importancia en la historia de nuestro país y en la identidad del mexicano, sino de la inminente desaparición de una cultura y un espacio que sirve como refugio a las personas para olvidarse de sus problemas”.
El personaje central del documental a partir del cual se entreteje la historia es Héctor Zamora Ortiz, mejor conocido como el “Cantarrecio” o “Narciso, porque canto feo, pero macizo”.
Compositor, enamorado y cantor con más sentimiento que arte, el “Cantarrecio, como otros entrevistados, dejó el campo para buscar una mejor vida en la Ciudad de México y encontró en la pulquería un lugar para expresar sus sentimientos y conseguir unas monedas.
“Me puede salir una canción o un poema con lo que dicen los borrachos”, afirma Zamora guitarra en mano. Y canta: “Dicen en la pulquería, que el pulque es el néctar más sabroso de la gran Tenochtitlán, pulque nuestro que estas en los cerros, sírveme cinco litros y que dios me libre de caer en las llantas de los minibuseros”.
En el campo, el maestro tlachiquero dice: “El maguey es mi fortuna porque de eso vivo”. Pero cada vez, afirman otros productores de pulque, hay menos magueyes y menos consumidores. La tradición se está perdiendo y pronto la bebida será un artículo de lujo.
Pero en La Pirata están los devotos del pulque y lo que ahí sobra es la bebida. La cámara de Everardo González nos muestra a los parroquianos de la pulquería con sus sabores y sus sinsabores. Carcajadas, albures, poemas, canciones y hasta disertaciones de filosóficos aires. Las tristezas de hombres y mujeres que lloran amores esfumados y encuentran en el lugar un alivio a sus penas.
El director nos lleva de la risa que provoca la ocurrencia de alguno de los parroquianos a la crudeza de un par de historias. La soledad. La diversión y la patética embriaguez. Una mujer llora la violencia que ha sufrido, un par de hombres que bailan el “Querreque”, otro diserta sobre la pulquería como espacio de convivencia mientras un par se recetan sonoros sopapos.
Todo, así como es. Para lograrlo Everardo se convirtió en un cliente habitual de La Pirata antes de acudir con su cámara. “Tomaba pulque, pedía canciones y platicaba con los demás. Luego llevé una cámara fija. Al principio, la gente se sintió un poco incómoda, pero la constancia hizo que me volviera cotidiano. Le hablé a la gente con honestidad, les comenté mi interés por hacer un documental, que era cuestión de conseguir financiamiento para que comenzara a grabar. Cuando tuvimos el dinero para producir, la gente sentía confianza. Les dije que la intención no era hacer un reportaje y agarrarlos de modelos, sino captarlos como seres humanos. Me interesaba ir a fondo, conocer sus sueños, sus dolores y repasar juntos la vida”, indica.
Y mientras los testimonios de entretejen alrededor de los enormes vasos, González también nos muestra la manera en que se preparan los curados, la excepcional habilidad de los cantineros para servirlo y la espectacular variedad de sabores: apio, piña, pistache, ciruela, fresa, piñón, durazno, tuna, melón, almendra, higo, cajeta, capulín, mango, membrillo, chabacano, tejocote, guayaba…
“La Canción del Pulque” tiene la marca de Everardo González. Un documentalista que indaga en la humanidad de las personas que suelen ser ignoradas e incluso, menospreciadas. Sumamente recomendable es también su trabajo “Ladrones viejos” en los que nos muestra la vida de hombres mayores que viven en la prisión tras ser sentenciados por robo.
El documental sobre el pulque ganó el Ariel al mejor documental y los premios a la mejor edición y a la mejor fotografía en el Festival de Cine de Guadalajara.
[su_box title=”Los Datos” box_color=”#10965b”]
Dirección y guion: Everardo González.
Edición: Juan Manuel Figueroa.
Duración: 60 minutos México, 2006.
[/su_box]
No hay comentarios