“Me mira mi Nana y me ofrece una bolita de masa para que pruebe yo hacer mi propia tortilla. La tomo e intento palmear como ella”
Yolanda Zamora
Muchas gracias, Juan Carlos, gracias a nuestra revista Jaliscocina por convocarnos a hablar de “taquitos de frijoles”, así, en diminutivo; no podría ser de otra manera, porque a todos, seguramente, estas tres palabras nos evocan la ternura de la infancia y la cotidiana presencia de los taquitos de frijoles en la casa materna.
A la sola mención de “taquitos de frijoles”, puedo recordar, con toda nitidez, esta escena que ahora les comparto.
Ahí está mi Nana Carmen, frente al comal, palmeando tortillas de oloroso maíz, del de antes, claro. Cada tanto, se moja las manos y se las seca en su mandil de cuadritos amarillos, para que no se le pegue la masa. Desde mis cinco añitos, levanto la mirada y la veo, y le sonrío, en inconsciente gratitud infantil. (Ahora, diría: “Esa señora de piel morena y cabello negro como ala de cuervo, me da seguridad y amor”).
Me mira mi Nana y me ofrece una bolita de masa para que pruebe yo hacer mi propia tortilla. La tomo e intento palmear como he visto que ella lo hace, me doy cuenta de que no es fácil. La Nana Carmen me mira y se ríe, pero me alienta, luego toma mi torpe tortilla con forma de huarache y la moldea con habilidad hasta dejarla redondita. Después, la coloca sobre el comal, con delicadeza para que no se doble; mientras, en una de las hornillas de la estufa bullen los frijoles negros, alborotados, soltando ya ese delicioso aroma de recién cocidos con cebolla y epazote. Mi Nana Carmen, al observar mi tortillita casi cocida, le da la vuelta y la aprieta con los cinco dedos. Me sorprende que no se queme.
En unos segundos, mi tortilla empieza a inflarse como un sapito blanco. Mi Nana me dice: ¡Mira! y me alza con sus brazos, para observar el prodigio. Luego, me baja, toma la tortilla con dos de sus dedos. Casi la hace volar hacia un platito de peltre con una flor azul, que ya tenía listo. Luego, toma la cuchara grande, de madera, y la mete a la olla de los frijoles, y en cosa de segundos, la saca rebosante, para poner los frijolitos recién cocidos sobre mi tortilla.
-¡Ándele, mi niña, cómase su taquito de frijoles! ¡pero, no se vaya a quemar…!
Recuerdo haberme sentado, con una gran sonrisa y los ojos brillantes de ilusión, sobre la loseta fresca del piso, con mi platito enfrente. Recuerdo la delicia de aquel taco, hecho con tanto, tanto, amor: ¡Nunca, nunca he comido en mi vida, un manjar más delicioso!
¡Dios bendiga a mi Nana Carmen!
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