Turrón rosa, sabor de azúcar y limón

Este peculiar dulce de color intenso se corta a machetazos y se vende en verbenas populares, escuelas y peregrinaciones

Juan Carlos Núñez Bustillos

Los ingredientes principales son sencillos: agua, azúcar y colorante vegetal. Lo complicado es el proceso de elaboración: encontrar el punto exacto en que hay que sacar de la lumbre el turrón. “Con diez segundos que te pases se quema. Tienes que estar listo para sacarlo cuando le toca”, dice don Lupe, turronero desde hace 30 años.

“El chiste es saberle el punto. Puedes estar dos o tres horas cuidándolo, pero si se te pasa tantito ya no sirvió. Yo tengo el cazo en la lumbre y pongo a un ladito un balde de agua. Agarro una cuchara con el dulce y la estoy metiendo. Mientras no se quede pegada en la cuchara hay que seguirle dando, pero en cuanto se pega hay que sacarlo de volada porque si no se quema”, añade don Guadalupe Alatorre Hernández.

Después hay que dejarlo enfriar sobre una plancha de cantera. Luego se cuelga de un tubo y se estira una y otra vez. “Así se le saca el color porque cuando sale del cazo es rojo. A base de estarlo estirando y estirando agarra su color y ya queda como uno quiere”.

Es un proceso largo y pesado. “Para quince kilos te tardas como tres horas en la lumbre y una hora jalando”, explica don Lupe quien aprendió el oficio de un amigo hace más de 30 años. No conoce el origen de la receta, pero sí sabe que la suegra de su amigo quien lo enseñó, “una viejita que tiene 90 años, ya lo vendía cuando era joven”.

Las características de este dulce tapatío son su intenso color rosa mexicano y su consistencia chiclosa que se adereza con jugo de limón y últimamente con chile en polvo. “Lo del chile antes no se usaba, es reciente”, comenta el dulcero.

Lo preparan en enormes plastas que pueden llegar a medir un metro cuadrado por lado, con un grosor de entre cinco y seis centímetros.

Triciclos y machetes

Esta combinación de lo dulce con lo ácido es una de las preferidas por los niños. Son ellos los principales clientes de los turroneros que se ponen afuera de las escuelas a la hora de la salida. Para llamar a los golosos, los turroneros golpean el machete con que cortan el dulce contra los tubos de la bicicleta. “Sale un sonido ladinito que los chamacos ya conocen que es el del turrón”, explica don Lupe mientras le da a su viejo triciclo amarillo con el machete.

El machete y el triciclo de pedales son herramientas fundamentales de los turroneros. En éste último montan una tabla sobre la que despliegan la tersa y brillante masa que cubren luego con un plástico transparente.

Esta noche, el 11 de octubre de 2015, la víspera de la llevada de la virgen de Zapopan de la catedral de Guadalajara a su basílica, don Guadalupe pedaleó durante dos horas a través de las traficadas calles de la ciudad para llegar de Zalatitán al centro y ofrecer su producto. “Me tarde poquito más porque el triciclo me anda fallando”. Lo acompañan su esposa y dos de sus hijos. Trae 25 kilos de turrón, pero ya pasa de media noche y no ha vendido ni uno.

En contraste, a unas cuadras de ahí Juan Gutiérrez, un joven turronero no deja de vender. Curiosos y nostálgicos rodean su triciclo.

-“¿Qué es?”, pregunta una muchacha.

“Uy, hace un siglo que no lo veía, nos lo comíamos en la escuela. Écheme uno con limón”, le dice un señor canoso a su esposa, pero no logra convencerla de probarlo.

“¿De a cómo es?”, le pregunta un joven al turronero. “De quince para arriba, lo que guste”. Porque el turrón no se pesa, ni se mide. Se despacha al cálculo del turronero con el asentimiento del comprador. Juan vende los trozos a quince pesos.

Forma parte de una familia de turroneros. “La receta es de mi abuelo que se la enseñó a mi papá y él a mí. Lleva azúcar, miel, colorante y un ingrediente secreto”, afirma mientras moja el machete para facilitar el corte. No conoce tampoco el origen de la receta.

Así, a golpes precisos de machetes mullidos por el elástico dulce, los turroneros cortan el trozo a gusto del cliente.

A Estados Unidos

El turrón rosa no es un dulce que se venda en cada esquina, pero se encuentra además de en las escuelas en verbenas populares y en las fiestas religiosas. Hay tapatíos que nunca lo han probado, pero hay también quien ha migrado a vivir a otros países y cuando viene lo busca. “Hay gente que se lo lleva a Estados Unidos y se llevan kilos porque, mientras no se moje, puede durar hasta seis meses”.

Pero esta noche no hay muchos clientes para él. Pese a ello es optimista. Esperará a que amanezca para ir en la romería hasta Zapopan. No faltará algún danzante o algún peregrino que requiera de un refuerzo de azúcar. O algún nostálgico o un antojado que sólo quiera disfrutar de la especial textura y del peculiar sabor dulce-amargo del turrón rosa. “Voy a ir a donde Dios me deje llegar”, se despide don Lupe con una amplia sonrisa.