El chef Chu ha perdido todo, hasta el sentido del gusto y, sin embargo, se aferra a seguir creando piezas de arte culinario
Patricia Bañuelos
“Vivir día a día es lo mismo que cocinar.
Sean los que sean los ingredientes, al final,
el sabor es lo único que cuenta”
Nadie puede negar a Ang Lee un merecido reconocimiento por su trayectoria. Este hombre ya tuvo de todo, películas taquilleras y premiadas como “El Tigre y el Dragón” y “Secreto en la montaña”. También tuvo un fracaso verde y gigantesco con “Hulk”. Sin embargo, la película que lo consagró en su natal Taiwan y en el resto del mundo se llama: “Comer, beber, amar” (Eat Drink Man Woman).
Lee es amante de mostrar la manera en que Occidente viene echando a perder al Oriente, es decir, esa influencia americanizada que ha venido a romper muchas tradiciones en países muy tradicionalistas. ¿Me sigue? Seguro no; pero bueno.
“Comer, beber, amar”, trata sobre un viejo chef en la ciudad de Taipei, Chu (Sihung Lung) es un viudo con tres hijas: Jen (Kuei-Mei Yang), Chien (Chien-Lien Wu) y Ning (Yu-Wen Wang). Las tres viven en su casa y cada una tiene diferentes problemas. Chu ha perdido su sentido del gusto, cosa que le complica la preparación de los alimentos, pese a eso, no deja de dedicar gran trabajo y esfuerzo para la comida en familia.
Para esta singular familia llena de integrantes insatisfechos con la vida, la comida más que significar un placer, se utiliza para dar noticias y no todas agradables. Cualquier tragón, o tragona, que se respete, podría ponerse a llorar después de ver la elaboración artesanal de cada platillo, para que al final de la comida los platos se queden intactos en la mesa. Si alguno de mis comensales se atreve a levantarse de la mesa y dejar un plato de esos, así de maravilloso a medias, ¡le aviento con la cazuela!
El director es de nacionalidad taiwanesa, pero por aquello de los ojos jalados lo vamos a encasillar en la cultura oriental, y tal vez esté equivocada, pero tengo la impresión de que son los orientales los que con más ganas se aferran a las tradiciones y al respeto a sus ancestros, con todo y su obsesión con la modernidad. En un antiguo libro chino que habla de los ritos, se dice que los deseos primarios del hombre son tres: comer, beber y tener relaciones sexuales. La verdad no suena tan descabellado, porque sí, en realidad comer es una cuestión de instinto, es una cuestión de supervivencia y de placer.
¿Qué le queda al mejor de los chefs si resulta que ha perdido el sentido del gusto? Chu ha perdido todo, a su esposa, sus hijas, su mejor amigo, la fe en sí mismo y hasta la salud; sin embargo, se aferra a seguir creando piezas de arte culinario intentando transmitir sus sentimientos a una familia que no tiene más que diálogos parcos.
La película plantea varios temas universales en donde sobresalen el paso de lo tradicional a lo moderno y los problemas de comunicación en las familias; todo girando alrededor de la comida dominical. Tiene su toque de comedia y romance sin resultar empalagosa. Cada personaje encontrará su camino, tal como sucede en un crucero bien sincronizado y sin que ollas o cazuelas tengan mucho que ver. Habrá quien lo encuentre por un suceso inesperado, otro por atreverse a ser lo que es, o tal vez por reencontrase con sus orígenes después de haberlos despreciado.
“El hombre muere por dinero, el pájaro por comida.
Entiendo que alguien muera por dinero,
pero ¿por comida? No merece la pena… ¡no!”
El amor le da sabor a las cosas, cuando nos enamoramos todo sabe mucho mejor. La reconciliación, el cariño y la fe en nosotros mismos son ingredientes que no deben de faltar en el banquete de la vida; con mayor razón si la comida es en familia.
1 Comentario
Guillermina Delgado Velazquez
19 noviembre, 2018 at 12:37 amEl placer de cocinar es sentir de forma anticipada una gran satisfacción por alimentar no tan solo el paladar si no todos los sentidos y dura por siempre