Los utensilios moldean la forma en que cocinamos y comemos, explica Bee Wilson en su libro “La importancia del tenedor”
Bernardo González Huezo
En “La importancia del tenedor” Bee Wilson nos guía por un buffet de anécdotas y datos sobre la evolución de los utensilios de cocina, esos objetos que damos por sentado, pero que han moldeado la manera en que comemos, cocinamos y entendemos el acto de alimentarnos. Este recorrido revela cómo herramientas aparentemente simples han determinado la manera de comer y, en consecuencia, nuestra cultura.
Con la narrativa de historiadora meticulosa, con una cadencia de cocinero preparando una receta compleja y con pasos claros, Wilson, desmenuza el pasado como un buen guiso. Nos lleva desde los días en que el Homo sapiens descubrió que un palo afilado podía ser un aliado en la caza, hasta la revolución del acero inoxidable y las batidoras eléctricas.
Yo siempre he pensado que, después de la luz, el segundo invento más importante de la humanidad es el congelador. Ella menciona precisamente que uno de los inventos más revolucionarios en la conservación de alimentos es, sin duda, este artefacto.
Antes de su invención, la humanidad dependía de métodos como el salado, el ahumado o el secado para preservar los alimentos. La llegada del congelador transformó radicalmente esta dinámica, al permitir almacenar productos frescos por períodos prolongados y garantizar su disponibilidad más allá de las estaciones.
Este avance influyó en la industria alimentaria mundial y en la globalización de productos perecederos. Pero no solo eso, nos facilitó la vida doméstica.
Yo siempre tengo tamales congelados. Cualquier día por la mañana saco uno “escarchadito” y lo meto en el tercer gran invento: el horno de resistencia (eléctrico). En lo que me baño y visto (15 minutos) me llegan los olores de la masa, manteca y hoja de maíz tatemándose… ¡Listo! Con su crema (de la buena) y una salsita de tomate milpero, ya está listo mi desayuno cual si lo hubiera solicitado en la esquina del barrio.
Wilson también explora las tres principales formas en que los seres humanos consumen sus alimentos: con las manos, con palillos y con tenedor. Cada método refleja una evolución cultural y práctica distinta.
En muchas culturas orientales el uso de palillos es predominante. Estos utensilios, que requieren destreza y precisión, reflejan una tradición culinaria que valora la delicadeza y la presentación. Por eso, la comida se corta en tamaños adecuados para ser tomada con palillos.
Por otro lado, comer con las manos es una práctica ancestral que aún prevalece en diversas regiones del mundo. Este método establece una conexión más directa y sensorial con los alimentos. Culturas en África, Medio Oriente y regiones de Asia consideran que el tacto enriquece la experiencia culinaria. En algunos lugares existen rituales específicos asociados al acto de comer con las manos.
Controversia
Finalmente, el tenedor, omnipresente en la mesa occidental, tiene una historia intrigante. Aunque hoy nos parece indispensable, su adopción fue gradual y, en ciertos momentos, controversial.
Inicialmente visto con desconfianza y resistencia en Europa, considerado una afrenta a la voluntad divina, el tenedor tardó siglos en consolidarse como el utensilio estándar hasta llegar al esnobismo victoriano que prefería ciertos tipos de cuchillos según la clase social.
Su aceptación transformó no solo la manera de comer, sino también la presentación y preparación de los alimentos, -sin olvidar los puestos específicos en cocina dedicados solo para cortar-, y adaptándose a las nuevas posibilidades que ofrecía este instrumento.
Pero no se trata solo de arqueología gastronómica. Wilson nos confronta con la relación que tenemos con los objetos en la cocina: ¿cuántos de nuestros movimientos cotidianos están dictados por herramientas que ni siquiera cuestionamos? ¿Cómo cambia la percepción del sabor según el material de una cuchara? ¿Qué dice de nosotros mismos esas cazuelas o instrumentos que solo usamos una o dos veces por año? ¿Cuántos artefactos tenemos guardados allí más por el amor o la carga simbólica que por su uso práctico?
Wilson nos recuerda que detrás de cada utensilio hay historias de innovación, resistencia cultural y adaptación. Estos objetos cotidianos, a menudo subestimados, son testigos silenciosos de la evolución de nuestras sociedades y de cómo interactuamos con el acto fundamental de alimentarnos. Es una invitación a mirar nuestra mesa con otros ojos, a reconocer la huella del tiempo en cada cucharón y en cada sartén. Y, sobre todo, a preguntarnos si realmente dominamos nuestros utensilios… o si son ellos quienes nos han dominado a nosotros.
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