En El Paso, Texas, el revolucionario se refugiaba, bebía malteadas y planeaba ataques. Una tienda exhibe un dedo que, dicen, era de él
Marisa Núñez / El Paso
Nueve mil 500 dólares indicaba el pequeño rótulo escrito a mano en un pedazo de cartulina frente a un dedo momificado que reposa entre algodones. En el que se leía: “Dedo pistolero de Pancho Villa”. El letrero ha desparecido porque ya no está a la venta, pero la “reliquia” se sigue exhibiendo en el local de la muy afamada casa de empeño Davi´s Pawn Shop en el centro de El Paso, Texas.
Decenas de curiosos llegan al local para ver el “dedo” que, dicen, perteneció al revolucionario mexicano que hasta el día de hoy desata pasiones de amor y odio, y que transitó las calles de esta ciudad en muchas ocasiones.
El dueño de la tienda decidió no venderlo y conservarlo porque “es una linda pieza”, además de que funciona como un buen “gancho” para atraer clientes a su negocio. Nunca se ha comprobado si en realidad se trata de un dedo Villa, sin embargo, a los oriundos de esta ciudad les gusta pensar que es real.
El Paso, protagonista de la Revolución Mexicana
El Paso es una ciudad que, aunque poco reconocida como tal, fue testigo y protagonista de acontecimientos relacionados con la Revolución Mexicana. Aquí estuvieron Francisco I. Madero, Pascual Orozco y, especialmente, Pancho Villa.
Cuando el revolucionario del norte se sentía más acosado cruzaba la frontera y se “escondía” en este lugar por temporadas, algunas más largas que otras.
Aquí vivió Villa en distintos periodos con su primer esposa Luz Corral, aquí planeó junto con Pascual Orozco la toma final de Ciudad Juárez con lo que la revolución triunfaría; aquí escondió dinero, aquí tramitó la importación clandestina de armamento y de ganado, desde aquí negoció con los distintos caudillos a través de los años y aquí disfrutaba de las famosas malteadas de fresa que tanto le gustaban.
A escasas cuadras al norte de donde reposa el famoso “dedo de Villa” se encuentra la casa que habitó el general con su esposa Luz Corral. A otras pocas cuadras al oeste, en los límites del barrio Duranguito, se encuentra una casa en la que el revolucionario y su hermano Hipólito escondieron billetes, monedas y joyas con las que financiaban la revolución.
A unos dos kilómetros al oeste del centro de la ciudad se situaba la famosa casa de adobe que sirvió de refugio para Madero y sus colaboradores. En ella se reorganizaron para regresar a México.
En el cementerio “Concordia”, a escasos metros de la frontera con México, está enterrado el considerado traidor Victoriano Huerta, también protagonista de la revolución. En fin, El Paso es escenario protagónico de esta lucha que dejó muchas cosas, entre las cuales, también se cuentan formas y costumbres culinarias para la región.
Villa y las malteadas de fresa
A un par de cuadras de donde se exhibe el supuesto dedo de Villa, en la esquina de las calles Mesa y Texas, está un edificio que en los años veinte albergaba a una confitería llamada Elite Confectionary (hasta hace poco era una farmacia, hoy es un local vacío y la construcción original ha sido modificada).
Pancho Villa acudía a este establecimiento con regularidad durante sus estancias en la ciudad para consumir helados y malteadas. Ahí ordenaba, por tan solo 10 centavos, un Elite baseball que consistía en un helado de vainilla cubierto de jarabe de chocolate, o bien, pedía una malteada de fresa que, dicen, era su bebida favorita.
En la placa conmemorativa que está incrustada en una de las paredes laterales del ahora moderno edificio se reproduce la famosa fotografía tomada el 8 de mayo de 1911 en la que aparece Pancho Villa junto a Pascual Orozco y otros revolucionarios a su alrededor.

Villa y Pascual Orozco en la confitería. Foto tomada en el museo de Pancho Villa, en Colombus. Nuevo México.
En la imagen se observan los platos del postre vacíos y se dice que, aunque estos personajes no se caían muy bien entre sí, se dejaron tomar la fotografía como parte de la coartada que habían planeado para demostrar que el día que comenzaron los primeros disparos en Ciudad Juárez para la toma de la ciudad, con la que Porfirio Díaz se rendiría y saldría del país, ellos se encontraban del otro lado, en El Paso, comiendo helados. Por tanto, Madero no podría culparlos de obrar sin su consentimiento.
En otro de sus auto exilios en El Paso, Pancho Villa se hospedó en el hotel Roma que quedaba en la esquina de las calles de Paisano y Texas y que albergaba el bar Emporium en donde sólo ordenaba un refresco de fresa y nada más. [i]
Los gustos culinarios de Villa
De los gustos culinarios de Villa se sabe más que de otros personajes revolucionarios. En varias de sus biografías, entrevistas, y fotografías se deja ver que le gustaba la comida sencilla y su preferencia por lo dulce. También se sabe de su aberración por el alcohol.
Pancho Villa, coinciden todos sus biógrafos, era sobrio en sus gustos gastronómicos. Paco Ignacio Taibo II lo describe como “un hombre al que le gustaban las malteadas de fresa, las palanquetas de cacahuate, el queso asadero, los espárragos de lata y la carne cocinada a la lumbre hasta que quedara como suela de zapato.” [ii] Según el historiador David Dorado Romo Pancho Villa se podía comer medio kilo de palanqueta de cacahuate en una sola sentada. [iii]
En la terraza de su casa en El Paso Villa tenía palomas mensajeras. Se decía que las usaba para comunicarse con sus amigos en Chihuahua y que las aves cruzaban una y otra vez la frontera.
“La verdad es más prosaica. Como, según él, tenía el estómago delicado, había incorporado pichones a su dieta” [iv]. Romo, contradice esta versión y relata que el mismo Villa explicaba que tenía el estómago delicado y que por eso comía pichones, pero que en realidad era un pretexto para tener palomas mensajeras por medio de las cuales se comunicaba con sus colegas.[v] El caso, es que evidentemente estas aves formaban parte de su alimentación.
Su condición de siempre perseguido por la ley como bandolero y revolucionario, desde su muy temprana juventud, lo hizo recorrer kilómetros de desierto y tierras lejanas huyendo y escondiéndose. Tuvo que aprender a alimentarse de “lo que hubiera”.
A veces comía, a veces no. Pero cuando había comida el llamado Centauro del Norte prefería la comida norteña: tortillas de harina, carne asada, salsas de chile rojo, café de olla, atole de maíz, carne seca y asado de puerco, entre otras delicias.
En el libro “Una semana con Francisco Villa en Canutillo”, de Regino Hernández Llergo, se narra la estancia del periodista y su acompañante en la Hacienda de Canutillo en los años en los que Villa se había rendido y retirado de la vida pública y de la política.
El periodista se instaló en la hacienda una semana completa para hacer la entrevista que fue publicada por El Universal en 1922. En el libro se narran momentos durante desayunos, comidas o cenas en donde se muestran los gustos y la manera de comer del general.
El día en que llegaron a la hacienda, ya entrada la noche, el general Villa los recibió y les ofreció de cenar. La narración de esa primera cena dice: “Apenas instalados, el general se sentó frente a nosotros, en el otro lado de la mesa y un muchacho comenzó a traer platillos. Sopa, huevos, carnes, frijoles, que nosotros comíamos con mucho gusto… La cena de ese día la terminamos con una taza de café, un gran vaso de leche y un espléndido plato de panecillos acabados de salir del horno. Notando el general que me comía uno tras otro, dijo, riendo: ‘¿Le gustan? Son especialidad de la casa…’ Y luego, satisfecho, agregaba: ‘Todo lo que ustedes han estado comiendo y bebiendo son productos de Canutillo. Aquí nunca compramos víveres fuera, todo lo producimos nosotros’. [vi]
Más adelante se reproduce una orden que Villa daba: ‘Oiga, muchacho, dígale a Evaristo que mañana mate un animalito para que coman los señores…”.
En otro momento del libro Hernández describe cómo Pancho Villa en un almuerzo y “mientras criticaba a los políticos, comía frijoles sirviéndose de una tortilla enrollada a manera de cuchara entre sorbo y sorbo de su gran taza de café con leche” [vii].
Más adelante, se lee: “Terminada la comida – sopa aguada, sopa de arroz, huevos, carne asada de borrego, frijoles y café– el general nos permitió dormir la siesta” [viii].
Villa y su repudio al alcohol
Contrario a lo que pudiera pensarse de un bandolero con fama de ladrón, mujeriego y matón, se sabe que Pancho Villa odiaba el alcohol. “Se cuenta que cada vez que llegaba a un pueblo ordenaba que se cerraran las cantinas, prohibiendo la venta de alcohol… condenó a muerte a sus oficiales borrachos, destruyó garrafas de bebidas alcohólicas en varias ciudades que tomó (dejó las calles de Ciudad Juárez apestando a licor cuando ordenó la destrucción de la bebida en las cantinas)… [ix].
Decía que el alcohol era el enemigo número uno de su raza y el culpable de muchos males. En lugar de cantinas Villa construyó escuelas, quería al pueblo educado y alejado del alcohol. “Un hombre que apenas sabía leer y escribir, pero que cuando fue gobernador del estado de Chihuahua, fundó en un mes 50 escuelas”. [x]
En lugar de alcohol, Villa bebía café de olla, leche, refrescos, atoles y malteadas de fresa. En 1914, Zapata insistía en brindar con un trago de coñac para festejar su entrada triunfal a la ciudad de México; cuentan que Villa, al probarlo, casi se atraganta y dejó la copa a un lado.
Limonada para ver las batallas
En contraesquina de la tienda de empeño que custodia el supuesto dedo del Centauro del Norte, se encuentra el hotel en donde se dice que Villa se llegó a hospedar en alguna ocasión. Desde la terraza, en la azotea del famoso hotel hoy vuelto a bautizar como “Hotel Paso del Norte”, se ofrecían lugares para ver con largavistas las batallas revolucionarias en Ciudad Juárez.
Se anunciaban incluso tours para que la gente de otros lugares pudiera venir a El Paso a ver, desde la seguridad del lado americano, las batallas libradas entre federales y revolucionarios en territorio mexicano.
A los curiosos observadores se les recibía con una limonada. Lo mismo hacían otros negocios como la famosa lavandería que guarda aún vestigios de bala de aquellas épocas y que desde su azotea ofrecía también la oportunidad de observar en vivo el “espectáculo” de aquellas batallas.
El último desayuno de Villa
El 20 de julio de 1923 Francisco Villa fue asesinado junto con su secretario y cinco personas de su escolta en la ciudad de Parral, Chihuahua. Había pasado la noche en casa de Manuela Casas, una de sus tantas mujeres y madre de su hijo Trinidad. Ella describiría lo que sería el último alimento ingerido por Villa: “Despertó muy temprano… desayunó huevos estrellados, un chile verde con queso, frijoles, tortillas de maíz y café de olla.” [xi] Unas horas más tarde, lo matarían en una emboscada.
De Pancho Villa quedan las leyendas, los hechos tergiversados, o no, las pasiones, así como las historias de amor y odio que solo un personaje como él despierta. Contrario a su homólogo del sur, Emiliano Zapata, a él no le gustaba ni la bebida ni la comida elegante, era un hombre que comía cuando había, pero si había carne de res, frijoles, salsa roja y palanqueta de cacahuate o una malteada de fresa como postre, lo agradecía y lo disfrutaba muy alegremente.
Referencias Bibliográficas
[i] Dorado Romo, David. (2005). Ringside seat to a Revolution. An underground cultural history of El Paso and Juárez: 1893-1923. Cinco Puntos Press, p. 6.
[ii] Taibo II, Paco Ignacio. (2006). Pancho Villa. Una biografía narrativa. Planeta, p.16.
[iii] Romo, op. cit., p. 10.
[iv] Taibo II, op. cit., p.167.
[v] Romo, op. cit., p.7.
[vi] Hernández Llergo, Regino. Una semana con Francisco Villa en Canutillo. Fondo de Cultura Económica, pp. 45-46.
[vii] Hernández, op. cit, p.54
[viii] Hernández, op. cit, p.63
[ix] Taibo II, op. cit., p.10 y 127
[x] Taibo II, op. cit., p.10
[xi] Taibo II, op. cit., p.185
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