Recreamos, tanto en la memoria como en el paladar, los sabores del agua de cántaro, el café en jarro y los frijoles en olla de barro
Patricia Bañuelos / Oaxaca
“En la artesanía hay un continuo vaivén entre utilidad y
belleza; ese vaivén tiene un nombre: placer.
Las cosas son placenteras porque son hermosas.
La conjunción copulativa disyuntiva define al arte
y a la técnica: utilidad y belleza. El objeto artesanal
satisface una necesidad no menos imperiosa que la sed
y el hambre: la necesidad de recrearnos con las cosas que
vemos y tocamos, cuales quiera que sean sus usos diarios”
Octavio Paz
La alfarería es uno de los oficios más antiguos de la humanidad, es el arte más practicado en México. Por siglos los alfareros han transformado la tierra de sus lugares de origen con sus manos, para convertirla en objetos utilitarios, decorativos o ceremoniales. Con base en una necesidad elemental, como puede ser el resguardo de la comida y bebida se han elaborado piezas no sólo útiles, sino que además expresan un pensamiento ancestral y una sensibilidad artística relacionada con su creencias o tradiciones, dando como resultado piezas bellísimas.
Los mexicanos recreamos, tanto en nuestra memoria como en el paladar, los sabores del agua de cántaro, el café en jarro y los frijoles en olla de barro, entre otras tantas cosas. El uso de otros materiales como el acero, aluminio y hasta el plástico nos han facilitado muchas cosas en la cocina, pero no hay nada que agregue sabor y belleza a los alimentos como lo hace el barro.
En los últimos años la cocina mexicana ha intentado huir de la modernidad, regresar a sus orígenes, tal vez es hoy el momento en que queremos aprender de nuestras abuelas o de las cocineras tradicionales antes de perderlas para siempre. Más que convertir a la alfarería en una moda, muy cara por cierto, nos aferramos al recuerdo y a los sabores que evocan la calidez del hogar que se forjaba con piedra y lodo, mientras los leños crujían en la cocina.
Muchas piezas de alfarería perdieron su belleza ante nuestros ojos al convertirse en objetos cotidianos. En muchos hogares fueron repudiados por su origen humilde, los despojaron de cualquier asomo de arte que pudiera existir en ellos. Tanto la alfarería utilitaria como algunos alimentos fueron eliminados de nuestra mesa porque cargaban con ellos la etiqueta de la pobreza. Los platos de barro sucumbieron a las vajillas francesas, aunque éstas fueran de imitación, porque lo único que importaba era “dar el gatazo”.
Hoy, literalmente, estamos pagando caro nuestro error, pero no todo está perdido, todavía podemos tener acceso a algunas de estas piezas de manera accesible, hasta nos podemos dar el lujo de utilizarlas como parte de la decoración y presumirlas con orgullo.
Los colores de las piezas y las técnicas de nuestros alfareros hablan de alguna región del país. Barro rojo, negro, verde. Los modernos tonos mate, talaveras azules, el petatillo o el bruñido y cientos de variantes más, convierten a cada pieza en única e irrepetible, sin importar que usted utilice el cántaro tan solo para beber agua.
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