Desde un dedo sangrante, un sapo o un pollito hasta el tradicional pan y el pozole se disfrutan en la feria del Día de Muertos
Juan Carlos Núñez
Un dedo ensangrentado, un alacrán o un muertito. Un pollito de gelatina, un aromático pan recién salido del horno, una calavera de azúcar o una tostada de pata. Un vaso de semen de pitufo, un sachipulpo, una porción de tolodrón, un taco de tripa, un queso de tuna o una cajeta de Sayula… De todo hay para saborear en la Feria del Día de Muertos del Parque Morelos que este fin de semana congrega al mayor número de visitantes.
La oficialmente llamada Feria del Cartón y del Juguete de Guadalajara tiene como protagonista a la calaca en sus más diversas versiones. Hay de barro, de palma, de cartón y de colorido papel de china. De azúcar, chocolate y amaranto. De cuerpo entero o el puro cráneo. En féretros, sobre bicicletas o en lanchas. Futbolistas, teiboleras, taqueros, personajes famosos. De todos los oficios hay calacas. Eso sí, todas felices porque forman parte de la festiva tradición que celebra a la muerte.
También se venden todos los insumos necesarios para montar los altares para recibir a los difuntos: papel picado, copal, flores de cempasúchil, aserrín, ceniza y múltiples adornos. Además de una gran oferta de juguetes tradicionales.
Esa misma variedad tiene su correlato con la comida. Los más variados antojos se entrelazan con la venta de artesanías y con los juegos mecánicos. Alimentos sanos y engordadores. Divertidos y tradicionales. El antojo, el tentempié o una cena completa. Para disfrutar ahí o para llevar.
Son tantas las opciones que solamente en un pequeño puesto donde venden papas a la francesa, salchipulpos y banderillas, hay doce tipos de salsas embotelladas.
El pan
La variedad de pan, invitado central de la feria, es enorme. Ahí mismo se preparan y se hornean. Muchos de los panaderos vienen de Tlaxcala. Uno de estos puestos precisa su origen: San Juan Huactzinco. El pan de muerto es de diversos tamaños. Además, hay trenzados, rellenos de ates o cubierto de ajonjolí. Con nuez, naranja, mantequilla, nata. Conchas y picones. Si se prefiere lo salado, en esos mismos hornos salen enormes porciones de pizzas tradicionales o rellenas.
Luis Vallejo es un panadero tapatío que forma parte de la cuarta generación de horneadores de La Flor de Mezquitán. Acaba de sacar del horno una charola con quince piezas de pan de muerto y tiene lista la siguiente. Además, elabora empanadas de crema.
A lo largo de la feria se encuentran pequeñísimos puestos en que en los ardientes comales se inflan las gorditas de nata. Calientitas, al natural o con cajeta de leche, crema de avellana o chocolate.
Los dulces
Más adelante burbujea el contenido de un cazo de cobre que está al fuego. Se está cocinando el tolondrón “para el preguntón”. Un dulce que se elabora con trozos de coco, piloncillo, vainilla, canela y miel de abeja, explica Rubén Preciado parte de una familia con más de 70 años de tradición dulcera.
Cuenta que preparan y comercializan 500 golosinas diferentes. Los preferidos por la gente son las frutas cubiertas, borrachitos, arrayanes, camote, calabaza, alfajor, cajeta de membrillo, rollos de frutas, fruta en almíbar, cocadas, coyules, tejocotes, palanquetas, jamoncillos, queso de tuna, botellitas de azúcar, banderitas, tamarindos y rompope.
Al mismo tiempo, otros dulceros preparan cacahuates y nueces garapiñadas. Algunos de ellos ofrecen también una pluralidad de semillas saladas, dulces o enchiladas.
Los vendedores de calaveras de azúcar, por el mismo precio, plasmarle en la frente un nombre propio. Las más comunes tienen el tamaño de un puño, pero se encuentran también minúsculas o enormes. Junto a ellas, también hechas de azúcar, hay tumbas, muertos y las tradicionales frutitas: cañas, duraznos, manzanas, nopales…
Los visitantes de gusto macabro disfrutan una gomita con forma de dedo ensangrentado tamaño natural, que vende la jovencita que atiende otro puesto.
Guasanas y elotes
Las papas se cocinan de múltiples formas: simplemente cocidas, a la francesa, fritas a la manera tradicional o en ensartadas en un palito para formar las espiropapas.
Los dietéticos pueden disfrutar de verduras hervidas: chayote, brócoli, papa, zanahoria. O huevos duros. Con chile y limón o crema y queso. De la misma manera se preparan los elotes cocidos o los tatemados en las brasas.
No faltan los carritos que ofrecen guasanas y cacahuates al vapor. Forman montañas sobre manteles de plástico rayados.
Una señora ofrece futa fresca sin preparar: tunas, plátanos, naranjas, ciruelas y guayabas.
Una silla de ruedas con comida
Pero no todos son puestos. Entre los paseantes circula una mujer que vende unos simpáticos pollitos de gelatina sabor vainilla que ella misma preparó en casa. Los presenta en los típicos empaques de los huevos Un chiquillo arranca de una mordida la cabeza de la dulce ave que le acaba de comprar su mamá.
Sobre una silla de ruedas una señora lleva órdenes de carne en su jugo, “calientita y con tortillas recién hechas”.
También móvil es el carrito de canutos, esos helados puntiagudos que se forman artesanalmente en la garrafa con hielo y sal, y se entregan al cliente forrados en su base con un papel. Son de tres sabores: vainilla, nuez y galletas oreo.
Entre los ambulantes hay un señor que con voz mortuoria anuncia la pomada Mariguanol con el eslogan: “para los golpes de la vida”, “para las riumas”.
Tostadas y fritangas
La comida más contundente se ofrece en un par de fondas provisionales. En ellas hay mesas para disfrutar tortas ahogadas, pozole, flautas, tacos dorados y unas enormes tostadas que pueden ser de jamón, pierna, panela, pata, trompa, cuerito y oreja de cerdo. “Están deliciosas”, asegura una muchacha todavía con salsa en las manos.
Uno de los puestos se especializa en tamales oaxaqueños: pierna, costilla, rajas, champiñones, mole, pollo acelgas y camarón.
La oferta del antojo no termina. Plátanos fritos, molletes y hotcakes cada uno de ellos con múltiples opciones de sabores y complementos.
El nostálgico turrón rosa que estuvo en peligro de desaparecer de las calles tapatías abunda en la feria. Hay también algodones de azúcar y manzanas cubiertas de brillante caramelo rojo.
El olor de la carne asada al carbón que se vende en tacos despierta el hambre de los transeúntes. Otros puestitos que complementan la oferta de taquitos: tripa, bistec, hígado, carne adobada y papas con chorizo.
Y como parte de la oferta culinaria popular está presente el típico carrito de los hot-dogs.
Entre las bebidas prevalecen los refrescos embotellados y alguna agua fresca, pero hay un local que se especializa en estrafalarios brebajes tropicales entres los que se encuentra el semen de pitufo (también hay de burro), limonada eléctrica, canica azul y convento de monja.
Don Goyo y sus muertitos
Terminamos el recorrido en el puesto de Don Goyo, un simpático y bonachón churrero que adereza sus preparaciones con una sabrosa conversación. Tiene clientes de años que se arremolinan a su alrededor para platicar con él y ver cómo prepara con una sencilla masa y artística habilidad los churros con forma de calaveras, muertos, sirenas, alacranes, chupacabras y muchas otras figuras que cubre con azúcar (Aquí puedes ver los muertitos de Don Goyo).
En esta ocasión, además de sus simpáticas historias obsequia un volante que tituló “Homenaje a mis clientes” que, entre otras cosas, dice: “Tengo que aceptar que, aunque me gusta mucho servirlos, también tengo que entregar el equipo. ¡¿A quién?!, pues a la calaca”.
Mientras, entre los muertos y los sapos que elabora, Don Goyo se suma cada año a la algarabía glotona del Día de Muertos en el parque Morelos.












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