Después de visitar a la Virgen de Guadalupe en su Santuario los fieles encuentran una variedad enorme de comida para continuar la fiesta
Juan Carlos Núñez
Marisa se vistió con su traje típico de Michoacán para ir a visitar a la Virgen de Guadalupe. A su hija también la engalanó con un vestido tradicional y la peinó de trenzas. El niño, más pequeño, porta un atuendo de “Juan Dieguito”: camisa y pantalón de manta, un sombrero de palma y unos bigotes ya despintados después de un largo día. Pero la recompensa vale la pena: un sustancioso pozole y un buñuelo tronador coronan la visita.
Susana, hermana de Marisa, también lleva su blusa bordada, una falda ancha y una faja roja ceñida a la cintura. Pancho, en cambio, lleva su ropa de siempre, pero porta emocionado su gran fe en la Guadalupana. “Nos da mucha emoción venir al Santuario para ver a la Virgen”, dice el padre de los niños.
Llegaron hace trece años de Zamora, Michoacán, de donde son originarios y desde entonces cada 12 de diciembre acuden al Santuario de Guadalupe. “Nos gusta venir, darle gracias a la Virgen, ver a la demás gente y ver nuestras raíces porque todos venimos de ahí”, comenta Marisa desde la banca de un puesto de buñuelos. Antes disfrutaron en otra banqueta de un pozole bien caliente que reconforta en la noche fría de diciembre.
A pesar de que la plaza está cerrada por las obras de la construcción del tren ligero, la oferta culinaria que se concentra en un par de cuadras es extensa. El barrio del Santuario que es de por sí uno de los centros gastronómicos fundamentales en Guadalajara multiplica su oferta en las fiestas decembrinas.
Hay cocos, cañas, churros, hot cakes, plátanos fritos, guasanas, cacahuates, papas, churritos, pozole, enchiladas, sopes, salchipulpos, molletes, elotes, tortas y tacos de todo tipo y de los más diversos rellenos. Y, por supuesto, los tradicionales buñuelos, atole y champurrado propios del barrio.
Además se pueden conseguir productos de otros lugares como los dulces agritos de Chapala o chapulines oaxaqueños.
“El señor de los Churros” es el nombre de un puesto donde la gente hace fila. Un payaso callejero cuenta chistes a los comensales de tacos de cabeza que se arremolinan en la banqueta.
Pero todas estas delicias son la recompensa. La mayor parte de los peregrinos primero entra al Santuario donde el canto de la “Guadalupana” se repite una y otra vez, lo mismo que los rosarios y los oraciones en voz baja de cada quien que forman un murmullo interminable.
En los altares no cabe una flor más, pero siempre hay lugar para los ruegos y para los agradecimientos. Aparecen algunas lágrimas y muchos celulares para tomar las fotos de los fieles frente al altar de la Guadalupana para dar fe de que ahí estuvieron, a los pies de la Señora. Después vendrá la fiesta de los sabores, en la calle.
Un año difícil
La obras que clausuraron la plaza, la falta de juegos mecánicos y la lluvia “espantaron” a la gente, dice Sofía Ceballos, una vendedora de molletes, plátanos y hot cakes que tiene 65 años de edad y desde niña aprendió el oficio de sus padres. “Como quien dice, yo nací aquí en el puesto. Toda la vida nos hemos dedicado a esto. Mis padres, mis tíos, mis hermanas, todos nos dedicamos a esto. Andamos por todos lados vendiendo, en León, Irapuato, Guanajuato, Zacatecas, Querétaro, Celaya, Salamanca. Aquí en Guadalajara andamos de un lado a otro, en los barrios, en San Onofre, San Ildefonso, en la Fiestas de Octubre…”
Pero este año, afirma, ha sido uno de los peores. “Llovió, los inspectores nos quieren quitar en las noches y no dejaron que se pusieran los juegos”, lamenta mientras su hermana Genoveva “arregla” un hot cake con cajeta y leche condensada. “Tuvimos que meter a los niños aquí abajo del puesto para que no se mojaran”.
Doña Consuelo Serratos tercia en la conversación. “Tengo 71 años, aquí nací en el barrio de El Santuario y aquí he vivido siempre”. Recuerda a Valentina que vendía su famosísimo pollo en lo que ahora es un estacionamiento. “Estaban también las tortas de Don Pancho y las nieves El Gato. Aquí se conseguía la mejor comida, aquí traían leche buena, vendían queso, panela, mantequilla, todo riquísimo”.
Pero a la vendedora de hot cakes lo que más le importa es esta noche: “Este año hasta a la Virgen le fue mal”.
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