Primer plato

El chile de árbol es poco valorado

Cultivar este picante fruto implica mucho trabajo, tiempo e incertidumbre. Los campesinos que lo cultivan no reciben un buen pago por su esfuerzo

Juan Carlos Núñez / Yahualica

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Martín Tejeda. Foto: J.C. Núñez B.

Lo más sabroso del chile de árbol es su picor y su sabor. Uno lo come y quiere más. Se enchila, pero quiere más porque no es un picor agresivo sino natural. Entonces uno lo muerde, se enchila y le dan más ganas de comer”. En Yahualica, rodeado por canastas de chiles rojos y brillantes que él y su familia cosecharon, Martín Tejeda Félix muestra orgulloso la calidad del producto, pero cuenta también lo difícil que es producirlo y lo poco valorado que es el trabajo de los campesinos.

“No hay día en que no coma chile. Si no comemos chile, no estamos a gusto. Cuando andamos en el cerro en los cortes y nos llevan de comer, de ahí mismo cortamos un chilito. Recién cortadito, bien sabroso”.

A veces, cuando el hambre arreciaba. El chile no era condimento sino ingrediente principal. “Mis papás me decían que cuando no había ni para frijoles, comían tacos de chile.

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Foto: Juan Carlos Núñez B.

Si el chile de Yahualica es famoso en México por su calidad, las dificultades y los riesgos de quienes lo cultivan no tienen importancia para quienes regatean su precio.

Es un trabajo de sol a sol, muy duro. Nos vamos al cerro y no vemos casi gente. Nos volvemos como cerreros. Y el ciclo va de año a año. Sembramos en diciembre y cosechamos en agosto. Si algo sale mal, si graniza, si te cae una plaga se acaba el futuro para uno y para su familia. Perdemos todo y los que se llevan siempre el dinero son los intermediarios”, afirma.

Martín Tejeda Félix es oriundo de Manalisco, un pequeño poblado con menos de 1,500 habitantes que se localiza en el municipio de Yahualica y que forma parte de la región en que se cultiva el chile de árbol. Él creció entre los plantíos. Su abuelo y su padre le heredaron la sabiduría para cultivar este famoso ingrediente de la cocina mexicana. Desde pequeño comenzó a trabajar, es experto en sembrar, trasplantar, cuidar y cosechar los picantes frutos, pero ahora no quiere que sus hijos continúen con esta “cadena”.

Yo no quiero que mis hijos sean como yo, campesinos sin futuro. No quiero que sigan mi camino, ni el de mi papá, ni el de mi abuelo. Quiero ver si ellos pueden salir de este trabajo que no se paga. Lo hacemos porque la herramienta queda como herencia para el hijo”.

No es que no le guste su trabajo. Se emociona cuando explica cómo se siembran las semillas en un almácigo bien preparado durante el mes de diciembre. Se cubren con un plástico blanco para protegerlos de las heladas invernales y esperara a que 13 o 14 días después nazcan las plantas.

Hay que cuidarlas, levantarles un pequeño invernadero para protegerlas de las plagas y el frío. “Echarles su medicina (agroquímicos)” y luego, en febrero trasplantarlas a los surcos. “Echarles su agua según la vaya pidiendo” y rezar también para que haya una buena cosecha. Atender las plantas hasta agosto cuando comienza la primera pisca, entre los quince y los veinte días después viene la segunda y después de un periodo similar la tercera y última. Luego a seleccionar los chiles, dejar secar y vender los chiles más famosos de Jalisco.

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Foto: Juan Carlos Núñez B.

Todo eso le gusta, “pero a veces perdemos todo por nada. Se viene una granizada y acaba con todo. Hay también un barrenillo, le decimos el picudo. Ese es peor que el granizo, en un descuido y arrasó con todo. Por eso hay que echarle su medicina (insecticida) a las plantas. Pero eso tampoco es bueno porque es tan fuerte que hasta las abejas se mueren y a uno también le hace daño. Varios compañeros se han enfermado. Necesitamos algo orgánico, pero acá estamos atrasados, con decirle que para abrir los surcos todavía usamos burritos o machos”.

De las canastas surge sabroso el olor al chile. Pero una cosa es disfrutar el aroma a la pasada y otra es respirarlo todo el tiempo. “De las manos ya no nos enchilamos, ya estamos acostumbrados. Pero al estar seleccionando, el chile suelta su picor y hace daño para respirar. Mi esposa ya se me enfermó por eso y uno anda hasta acabando con la familia”, afirma Martín.

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La reventa en Guadalajara. Foto: Núñez

Todo esto es lo que se necesita para cultivar el chile, pero la gente no lo sabe y no lo valora. De cuatro kilos de chile fresco se hace nomás uno de chile seco y nos lo pagan a 70 pesos. Si la cosa sigue así, nadie va a querer seguir con esto”.

Pero él sigue y espera que la situación mejore. “El presidente de Yahualica parece que sí quiere mejorar esto. Ojalá que esta fiesta de los chiles también ayude”. Martín va a los pueblos de la región a vender su producto. “En Tepa hay taqueros que me esperan porque saben de la calidad. En varias tiendas también y voy a ferias, aunque lo que se vende ahí es poquito”.

La mirada se le ilumina cuando se le pregunta por el chile tostado que preparó con aceite. “Nomás pruébelo, lo hicimos nosotros”. Sobre el totopo, los frutos que cultivó en los cerros son una explosión de sabroso picor. Y a pesar de lo enchilado, siempre se quiere más.

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