En el barrio de la Nueve Esquinas, además de pitayas, se encuentran otros deliciosos frutos que nos trae el calor
Elba Castro
Jalisco sintetiza los climas de México, eso dijo un afamado agroclimatólogo de la Universidad de Guadalajara: Eduardo Villalpando. Eso quiere decir que, hablando de frutos, cuando una zona madura estos alimentos, otras apenas los estarán preparando para cosecharlos después y así, todo el año.
En esta época de “secas”, de franco y ardoroso sol, aparece una de las cosechas más espectaculares de Jalisco. Algunas plantas han florecido y ahora, sin hojas que las distraigan, se concentran en hacer estallar sus frutos dulces.
Es el lenguaje de la selva baja caducifolia, como la que hay en la barranca de Guadalajara, y en muchos sitios del campo jalisciense. Esos parajes discretos que parece que solo dan ramas secas, ahora hacen brillar aún más la algarabía del sol, para saciar la sed y dar energía a los animales silvestres y a nosotros.
Amarillas y rojas son las ciruelas de distintos tamaños y variedades; se desgranan las vainas de guamúchiles rojos y blancos, aunque también hay morados y rosados; los capulines negros ya maduraron o están rojos, porque aún están “verdes”; centellea la redondez amarilla de los nances o nanches, según quien lo diga.
Aparecen las guayabas blancas, rosas, amarillas, que revelan su color al abrirlas, como el mamey, que también emerge del calor.
A estos frutos también se suman los que no son originarios de estas tierras, pero cuya semilla ha echado raíces y sus sabores ya son nuestros: los mangos de diferentes tamaños; los lichis, las guayabas fresa…
Pero de todas esas frutas, la que roba las miradas es la pitaya. La que viene del sur de Jalisco, de las zonas con vegetación espinosa y bosques tropicales de hojas caducas.
En el campo estos frutos estarán aromatizando el día y la noche será el mejor tiempo para que los animales salgan a abastecerse y con ello, den paso al ciclo de la vida para que haya otra cosecha en el siguiente año.
Estas maravillas frutales se reúnen con sencillez en una zona de Guadalajara, un sitio especial que los ha reunido por siglos. Ahí donde había una entrada a la ciudad a la que llegaban los productos del sur. Es el barrio de las Nueve Esquinas.
Si acude a este lugar podrá ver también el Puente de las Damas, construido en 1792 para que las mujeres pudieran pasaran sin mojar sus largos vestidos en el arroyo que traía las aguas del bosque La Primavera, en tiempos de lluvia.
Esta es la mejor época para vivir este doble espectáculo de la memoria en el cuerpo: degustar los frutos que se cosechan en el vientre del sol de esta tierra y mirar la geografía del agua en esta ciudad; pues ambas cosas siguen siendo promesa, hasta comprenderlas mejor.
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