El banquetazo

Las cazuelas voladoras, un viaje refrescante

Jugos de toronja, lima, naranja agria y limón, más un poco de sal, hielo y un chorro de tequila son el inicio de una sabrosa travesía

Sergio René de Dios Corona

Cazuela voladora. Foto: SRD

Es una bebida refrescante. De esas que cuando las saborean la lengua, el gañote y la faringe antes de reposar en el estómago, van dejando sensaciones agradables, dulzonas, como la vida. Al mismo tiempo, es de las que empiezan a relajar el cuerpo, de a poquito a poquito, sin prisas, alrededor de una mesa, en piso de tierra, arropados por la sombra de los árboles o plantas, mientras se espera que el mesero sirva un platillo a base de mariscos.

El recipiente de la bebida es típico, manual y original: una cazuela de barro. De tierra convertida en artesanía, puesta al servicio de los elíxires que pueda contener. Una cazuela que se coge a dos manos para ingerir esa combinación de jugos de toronja, lima, naranja agria y limón, más un poco de sal, hielos y un chorro de tequila al gusto. Tanto como se desee viajar en un vuelo de placentera relajación, de concentración enfocada en el disfrute del momento. Para, de sorbo a sobro, dejar que fluya la conversación, que escurra el sabroso líquido por la garganta, que se despida la tarde, que lleguen la noche y las historias, los recuerdos, los planes en puerta, las risas…

Cazuelas de La Barca. Foto: SRD

Las cazuelas voladoras se ofrecen en el municipio de La Barca, Jalisco, a pocos metros de la frontera con Michoacán, que marca el río Lerma. Ahí, en el restaurante típico Arroyo de Comala, abierto en 1946, como dice la carta con los variados menús. Donde, claro, incluye las que son su creación, las cazuelas voladoras.

Se ofrecen en cinco presentaciones: sin vino, para saborear esa rica combinación del jugo de cítricos, que en diciembre de 2020 era la más barata, a 60 pesos. O las otras cazuelas, como la original (con un caballito de aguardiente y refresco de cola), o con vodka, brandy, tequila o la especial, con diferentes combinaciones, que costaba 200 pesos. Hay quienes le añaden hasta cerveza, pero con un tequila reposado o añejo se toma buen vuelo, sin escalas.

El creador de las cazuelas voladoras fue don Antonio Barocio, que en lugar de vasos o copas en una reunión complació a sus amigos con las cazuelas que tenía a la mano. En ese rato nació la bebida típica de La Barca. Después se extendió por Jalisco y el resto del país.

Los recipientes se han cambiado en otros lugares por ollitas de barro, pero la original es en cazuela. Una tradición de la que los barquenses se sienten orgullosos; y por la que han organizado festivales de la cazuela voladora.

Dulces de Chapala. Foto: JCN.

A la bebida el comensal le pone su propio toque. Los cítricos se sirven en trozos dentro de la cazuela. A simple vista parece una ensalada de frutas. Lo importante es que el propio cliente toma las rebanadas y las exprime. Es un rito. Es lo que le pone el sabor especial que le añade el bebedor. Es el paso previo para subirse a la nave, acompañados de la deliciosa gastronomía del municipio ligado al lago de Chapala.

Una cazuela de La Barca es como un platillo volador. El viaje empieza con la primera. Dos preparadas e ingeridas son suficientes para sentirse quizá alegre o más relajado. Con los estados de ánimo necesarios en ese momento, que pueden salir a flote. Aunque, ya con tres el viaje es a propulsión a chorro, y el pasajero puede difícilmente pilotear la nave. La sugerencia es disfrutarla con moderación, una cazuela o dos, y… ¡a volar!

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