Este relato forma parte del libro “El perro soñante y otros cuentos” editado por Puerta Abierta Editores
Pancho Madrigal
Cuando llegué aquí, a esta localidad de provincia (recién declarada ciudad por su número de habitantes) a poner mi negocio, en tanto terminaba de acondicionarlo, me vi obligado a acudir por mis alimentos a restaurantes del lugar. Cierto día, conversando con don Efrén, el barbero del pueblo, mientras me cortaba el pelo, se me ocurrió preguntarle a dónde me recomendaba ira a comer. Él, con repentino entusiasmo y evidente emoción me preguntó:
-¿Cuál es su comida preferida?
Yo, con los ojos cerrados y el natural relajamiento que provoca un meticuloso corte de pelo, me concentré en recordar cuál de las comidas caseras tradicionales me había proporcionado más placer. Sin pensarlo mucho, y de manera contundente, exclamé:
El maestro don Efrén se rió complacido, y me dijo:
-No sé por qué, pero, ¡créamelo! Yo sabía que iba usté a decir eso. Será porque es una de las comidas favoritas de la mayoría de los mexicanos.
Y luego me soltó la siguiente larguísima disertación:
–Los mejores chiles rellenos que puede usté encontrar aquí en este poblado, están en el mercado. Váyase usté al Mercado Municipal y, en la planta alta, ahí onde están todas las fondas, pregunte por doña Maru. Cualquiera le informa. ¡Ahí va usté a saber lo que es melcocha! Nomás que no le importe a usté si va a tener que esperar un ratito a que se levante alguien, porque, ¡siempre está lleno!
“Pero ¡no, no, no, no…! De veras que es pa chuparse los dedos. Con decirle que yo de allí saqué mi gastritis…, ¡con eso le digo todo! Pero, ¡bien ganada y bien soportada!
“Yo, desde que me separé de mi mujer, me iba todos los días a comer ahí, a esas fondas, y ai andaba que a veces llegaba a una, a veces a otra. Allí onde veía lugar, porque a mí no me gustaba estar esperando. Hasta que un día, mi compadre Rito me dice:
-Compadre, ¿ya ha ido usté a comer ahí con doña Maru la del mercado?
-Pos, no, compadre -le digo-, siempre que paso está lleno.
-¿Y por qué cree usté que está siempre lleno?- me dice.
-Como no me gusta esperar, yo me voy a donde veo que hay lugar- le digo.
-¡No, pos anda usté miando fuera de la olla!- me dice-. Va a ver -me dice-, yo lo voy a llevar ahí, pa que vea lo que es bueno.
“Dicho y hecho. Nos pusimos de acuerdo, y al día siguiente aí vamos, muy tempranito, pa que no hubiera mucha gente. Nos sentamos, y dice mi compadre:
–Pida los chiles rellenos, yo sé lo que le digo; verá qué cosa tan rechula son.
“Que los voy pidiendo… ¡No, señor…! Eran tres chilotes así, mire, ¡deste tamañón!, en un plato hondo, con harto caldillo, y tortillitas recién hechas. Empecé a comer y, ¡ay, amigo…! Yo lloraba, ya no sabía si por lo enchilado o por la emoción de lo sabroso que estaba aquello. Yo que no soy tan tragón, me los despaché en un cuas; y a puntito estuve de pedir otro plato. Si no es porque mi compadre me dijo:
-Nomás que, ándese con medida, compadre, porque esta comida es de las que patean el hígado, y cobran salida.
“Si no es por eso, pueque sí me hubiera echado el otro plato.
“Pos, de ahí pal real, ahí estaba yo, cliente todos los días, esperando turno con doña Maru. Y probé de todo, no crea. Que las tortitas de camarón seco con nopalitos, que las albondiguitas en chipotle, que el cocidito de res, que el mole de olla, las costillitas de puerco con calabacitas, la sopita de fideos seca con cremita de los Altos…
¡De todo! Pero, créamelo, como los chilitos rellenos de queso asadero y forrados con huevo no había nada.
“Yo no sé de ónde carambas traen esos chiles siempre están bien picosos! Porque ya ve usté que hay temporadas en que el chile poblano sabe a puro zacate. Pos allí siempre están tan ediablados, que apenas con dos o tres jarros de agua fresca de cebada o de jamaica los aguanta uno. Imagínese lo que sería con unas buenas cervecitas bien heladas o un pulquito, pero ahí no los dejan vender eso. Ojalá me haga usté caso y se dé una vueltita por ahí, pa que vea lo que es bueno.
“Y otra cosa… Vamos pensando que ya se cansó usté de ir al mismo lugar, a comer las mismas cosas, por más bueno que sea allí, porque ‘hasta la belleza cansa’, dice José José, no crea que las otras fondas se quedan muy atrás. Allí mismo puede usté encontrar el puesto de birra de chivo, que el estilo de aquí es de los mejores, ya lo han dicho muchos fuereños. Están las tortas ahogadas, el puesto de mariscos y el caldo michi, la barbacoa de borrego, las carnitas con su salsita mexicana, el pozole, las enchiladas, las gorditas rellenas, las tostadas de cueritos… ¡No, mi amigo! Le aseguro que en semanas no acaba usté de recorrer todas las fondas y probar todas las delicias que se venden ahí, en el mercado.”
Eternamente agradeceré a don Efrén su orientación, pues, ahora, las fonditas del mercado están escasas de clientes, por lo que yo puedo sin el menor problema encontrar lugar en cualquiera de ellas para escoger el menú del día, sabiendo que en la que escoja, habrá muchos espacios disponibles. Puedo elegir cada día un lugar diferente (por supuesto, los chiles rellenos merecen por lo menos un día a la semana) sin tener que esperar, mientras la mayoría de su antigua habitual clientela está en mi negocio, comiendo lo que yo más aborrezco (pues, yo que las produzco, sé muy bien cómo están hechas): ¡Hamburguesas!
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El libro
*Si le interesa conseguir este libro u otros materiales del maestro Pancho Madrigal, puede escribirle al correo electrónico: panchomadrigal1@hotmail.com
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