En una popular menudería, Teresita aprende de su padre a disfrutar de este rotundo plato de origen español
Elba Castro
Estoy en una menudería popular de Santa Tere, es fin de semana y comparto con algunos comensales el antojo que no llegó temprano. A mi alrededor familias enteras disfrutan de este platillo de sabor y olor recio y condimentado.
Yo estoy con mi esposo y mi papá, ahora los acompaño sólo con unas quesadillas, riquísimas que sazonadas con una espléndida salsa roja.
De pronto miro en la mesa de la esquina a César y a su hija Teresita, de nueve años, quien tiene enfrente un menudo talla “mini”. Su papá le enseña a ponerle los aditamentos necesarios. Él le ayuda a exprimir el limón. Ella se ve entusiasmada, los pies le bailan y no quita los ojos del plato…
Teresita me sorprendió, ya me imaginaba a algunos niños de su edad o hasta más grandes renegando con las típicas expresiones: “no me gusta”, “está feo” o ya de plano la punta de la malcriadez “guácala”. Pero no, ella estaba con su papá aprendiendo a disfrutar este platillo de herencia española y de fervientes seguidores en estas tierras.
¿Ya pasó Teresita la prueba del gusto por el menudo? yo digo que sí. César me dice que su hija ya entrenó su paladar y su carácter para saborear esta confección… Seguro que esta práctica le dará a ella y a su padre motivos para en el futuro recordar, es decir, para pasar por el corazón, los momentos en los que disfrutaban de un sabroso menudo y también, seguro, su disposición a aprender a gozar lo que la vida le ofrece.
Sin duda, el menudo en un paladar menudo, augura un buen futuro.
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