Esta es la historia de como un dulcísimo y arrumbado rompope renació en un delicioso postre.
Juan Carlos Núñez Bustillos
Tan artificial era aquel rompope que superaba ya el año de vida y mantenía incólume el brillo de su intenso color amarillo. Conservaba también su dulcísimo sabor y un fragante olor a golosina infantil, además de una clara nota de alcohol, que era lo mejor. Fue un regalo navideño que, debido a su empalagosa untuosidad había quedado relegado en el fondo de la despensa.
Encontré la botella empolvada un día en que buscaba un frasco con chiles habaneros secos. Ya la había olvidado. Mientras le pasaba un trapo imaginaba que me encontraría con un líquido verde producto de los hongos y que al abrir la botella emanaría un rancio olor a huevo.
Pero no fue así. El rompope estaba como aquel día de diciembre que llegó con su elegante moño rojo. Lo probé y mantenía todas sus propiedades. De no ser porque su excesivo dulzor, la botella hubiera quedado vacía hace tiempo.
Pensé entonces en convertirlo en gelatina. Combinado con los otros ingredientes podría diluirse el dulzor para convertirse en un sabroso postre.
Fue una muy buena idea porque quedó delicioso. Dulce, pero no empalagoso.
La receta es muy fácil.
Se requieren:
2 sobre de grenetina sin sabor.
1 taza de rompope.
1 taza y media de leche.
1 taza de agua.
Hidrate la grenetina en la taza de agua y después caliéntela a baño María hasta que ese disuelva.
Hierva la lecha con el rompope. Retire del fuego, agregue la grenetina mezcle bien.
Vacíe la gelatina en un molde y refrigere hasta que cuaje.
Puede servirla bañada con un poco más de rompope y adornarla con algunas pasas y/o nueces.
¿Que qué pasó con el resto del rompope si sólo utilicé una taza de la botella? Ahí está, esperando convertirse en gelatina.
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