El maridaje de un olvidado taco de canasta con un solitario huevo se convirtió en este delicioso plato de comida fusión (de sobras)
Juan Carlos Núñez Bustillos
Amaneció triste, huérfano, en el fondo del refrigerador un triste taco de canasta ya reseco. Los extremos de la tortilla comenzaban a enrollarse. Poco antojable, el pobre. Y uno con hambre de recién levantado. En el otro extremo de la cocina quedaba en la canastilla de alambre un solitario huevo.
El taco que alguna vez estuvo envuelto en un velo del vapor corría el inminente peligro de ser olvidado al quedar arrinconado, rodeado de botecitos con restos de comida y de alimentos más frescos y antojables. Se convertiría en una momia cubierta de moho que meses después terminaría en el basurero. Y eso, no era opción.
Pero, para desayuno, era algo muy triste, y muy poco. Sin col, sin salsas, tieso y disecado. A esas alturas ya no era posible ni siquiera saber de qué estaba relleno.
El huevo, por su parte, también solitario llevaba ya algún tiempo esperando turno. Suficiente tiempo para que la pobre gallina que lo puso lo hubiera olvidado definitivamente. No quise hacer la prueba de la frescura sumergiéndolo en agua pues sospechaba que me encontraría con un barco blanco. Solo lo abrí para asegurarme de que no estaba podrido aún. Y no lo estaba. No era un huevo rollizo, pero tampoco pachichi. Estaba bueno.
Ni uno ni otro daban solos para un desayuno, no digamos suculento, al menos decente. Ambos estaban en riesgo de convertirse en desperdicio. Eso no me gusta. De manera que se me ocurrió unirlos. Juntos serían otra cosa: un huevo de taco. No un taco de huevo, porque éste no iría dentro, sin sobre la tortilla. Sería entonces un huevo relleno de taco o un taco envuelto en huevo.
¡Y me quedó buenísimo!
Como en el judo, hay que aprovechar las armas del enemigo. Si el taco ya estaba medio tieso ¡pues a dorarlo! A fuego bajito, dándole sus vueltitas de vez en cuando su debilidad se convirtió en fortaleza. Quedó doradito, crujiente. Después vertí el huevo sobre él y lo dejé cocinar con un poquito de sal. Al final, un poco de chile verde bravísimo que sobrevivía también en el refri. Y así, una vez más, un aparentemente triste desayuno se convirtió en un delicioso plato de cocina fusión de sobras refrigeradas.
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