En la época de lluvias, las preparaciones caldosas generan alrededor de las mesas atmósferas acogedoras que reconfortan a las familias
Elba Castro
En la atmósfera de “las aguas”, cuando al medio día caía una tormenta como las que suelen caer en Guadalajara (sitio que dio lugar a la advocación de la virgen del Rayo), la casa materna solía calentarse con el vaporoso olor de las sopas.
Si alguien llegaba bañado por la helada lluvia celeste, enseguida se entibiaba con el cariño que brindaba ese ambiente y una buena toalla para secarse.
Entonces el hambre se percibía de manera muy especial. Demandaba un alimento sustancioso y calientito. Así llegaba la sopa de papas con rajas y queso seco, unas tortillas recién hechas o calentadas en la estufa y la reunión alrededor de la mesa con la plática de los comensales sobre, claro, la tremenda tormenta. La papa tiene esta vocación de curar el hambre, las hambrunas y reunirnos en el calor familiar.
Así lo hizo este tubérculo en Europa, durante los siglos XVII y XVIII, cuando le salvó la vida a miles de personas, dadas las posibilidades que tiene este alimento para producirse en las más difíciles condiciones climáticas.
En Santa Tere, el barrio donde viví de niña y pasé la mayor parte de mi juventud, las sopas sencillas se convierten en delicias que salen de las casas y se ofrecen en las fondas. Quizás la lluvia le evoque a usted ésta u otras recetas que merezca la pena preparar y con ello, tender en la mesa los recuerdos y abonar los afectos.
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4 papas grandes lavadas y con cáscara
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1 chile poblano
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1/4 de cebolla mediana
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2 jitomates
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1 diente chico de ajo
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Sal al gusto
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Pimienta al gusto
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Queso Cotija (seco) al gusto
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2 cucharaditas de aceite de oliva
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Caldo de alguna carne (de pollo o de res o de cerdo). Si no hay caldo se puede utilizar agua.
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[su_tab title=”Procedimiento”]
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[su_tab title=”Presentación”]
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