En lo alto de las montañas del centro de México una hermosa morena prepara tortillas negras y guisos ancestrales
Beatriz Rosette Ramírez / Amecameca
Como lo sugieren nuestros ancestros, se rinde culto a los Dioses en las montañas, cerca del cielo, en la naturaleza, con la comida y agradeciendo lo que la madre tierra ofrece.
En el municipio de Amecameca, ubicado en el Estado de México, buscábamos hacer contacto con la leyenda del Iztaccíhuatl.
Un camino de asfalto nos condujo a un sendero boscoso que nos subió al Paso de Cortés, una explanada en lo alto del cerro equidistantes al Popocatépetl y al nevado de la mujer dormida; testigo fiel de esa historia.
En la cúspide del macizo hasta el susurro del aire forma parte de la belleza del lugar, como si estuviéramos arriba de las nubes.
En el descenso casi después de pasar una especie de neblina en la orilla del camino, encontramos una chimenea humeante en la que se apreciaba un aroma exquisito. Llegamos al paraíso de la gastronomía prehispánica. Una hermosa mujer de tez morena y rasgos indígenas nos describió verbalmente y como letanía seis guisados preparados por ella y su padre para que pasáramos a su enramada.
Dos mesas rústicas hechas de troncos de árbol, así como bancas de maderas de color natural de la rústica fonda.
En el comal redondo de piedra ya había tortillas de masa negra que se inflaban al calor de la leña de cedro. Las cazuelas de nopales guisados, longaniza, frijoles negros, pollo deshebrado, huitlacoche (cuitlacoche) y cecina eran servidos en pequeñas porciones encima de las tortillas formando los tradicionales tacos; con la variante del queso para degustarlos como quesadillas.
Nuestra anfitriona Isela es una muestra clara de cómo se recoge y da vida a las enseñanzas culturales a través de la gastronomía heredada por nuestros ancestros.
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