Esta cinta protagonizada por Juliette Binoche es un lindo filme, ¡pero el chocolate es mucho más que eso!
Patricia Bañuelos / Oaxaca
No se puede hablar de cine y gastronomía sin mencionar a Chocolate. Película de Lasse Hallström del año 2000, basada en la novela homónima de Joanne Harris… lo cual es una verdadera lástima. Pero no se vaya, espere un poco para que pueda explicar mi razón.
Para hablar del corazón de esta historia habría que hacer una especie de ritual y pedir a los dioses su autorización para mancillar el nombre del sagrado alimento con interpretaciones absurdas. No creo que exista una película, una imagen o una novela que pueda abarcar toda la majestuosidad del chocolate, y mire que esto se lo está diciendo una hereje que se rehúsa a reconocer su adicción a esta droga deliciosa.
Cacao es el nombre común de la planta o arbusto de donde se obtiene el chocolate, dicha planta pertenece al género theobroma de la familia de las bitneriáceas, que en griego quiere decir “Alimento de los dioses”. Así, tal cual, ni más ni menos.
El rastro de dicho arbusto se remonta a unos 1,500 años antes de Cristo en las llanuras de la costa del Golfo de México, en el seno de la cultura Olmeca. Después pasó a los Mayas, a los Aztecas y a todo el territorio mexicano. Nuestros ancestros de alto rango lo consumían como una bebida estimulante (sin azúcar, esa la añaden los españoles), a la que le atribuían propiedades vigorizantes, curativas y hasta de interacción con los dioses. Una poción mágica, un tipo de valor cambiario (moneda), pero sobre todas las cosas, consumir chocolate era un placer.
¿Qué tiene que ver todo esto con la película? Se preguntará usted, pues ¡todo!, le diré yo. Si bien la adaptación del libro a la película es bastante buena, no es perfecta, y aunque la novela es fabulosa tampoco es capaz de plasmar lo maravilloso de este alimento.
No estoy diciendo que esta simple mortal sería capaz de hacerlo, la intención es dar un poco de sentido a la rebelión, a la libertad y a la explosión de los sentidos.
Seguro ustedes recuerdan a la bella Juliette Binoche en su papel de Vianne Rocher, la extraña mujer que se apersona junto con una su hija Anouk (Victoire Thivisol) en Lansquenet, una pequeña población francesa de recatadas costumbres allá por 1959.
Vianne instala su chocolatería, en donde además de ofrecer cosas deliciosas, también se da a la tarea hacer una especie de psicoanálisis para recetar el chocolate correcto a sus clientes. Sus pociones, más que una receta son un conjuro que nace de civilizaciones milenarias centroamericanas (ya ve que para los estadounidenses del Río Bravo para abajo, todo es Centroamérica).
A través del chocolate Vianne quiere liberar del maltrato a las mujeres oprimidas como Josefine (Lena Olin), ayudar al Sr. Blerót (John Wood) a encontrar la felicidad o dar sentido a la vida de Armande (Judi Dench); también pretende promover casorio, reunir familias y desmantelar odios. El reparto también incluye a Johnny Depp como un galán gitano y a Alfred Molina como el alcalde del pueblo.
La belleza de la narrativa de Harris puede llegar a ser un distractor en el verdadero mensaje de la historia. “Chocolate” es una rebelión, es un grito de protesta a la imposición de una moralidad absurda. Un reto a las normas establecidas, un llamado a la tolerancia, bla, bla, bla. Tampoco me voy a perder mucho en este tema. Ya casi llego, no se desespere.
El chocolate en cualquiera de sus presentaciones es el fruto prohibido, la manzana en el paraíso. Todavía babeo al pensar en esa taza espesa de humeante chocolate que Vianne deja caer obscenamente sobre el mostrador. Mientras lo hago, trato de no pensar en el número de calorías que contiene y me aferro al aroma, a la suave textura, al sabor y a esa sensación de poder que emana de tener entre las manos ese bendito elixir. ¿Orgasmo? Sí, podría ser.
Es imposible desligar al chocolate del sexo y al sexo del tabú. Quien rompe con un tabú, rompe con las normas y ¿qué le queda? Placer. Un placer que nunca es vil, nunca es en vano y siempre resulta efímero; aunque permanezca eternamente en la memoria. ¿Y qué tiene la humanidad en contra del placer? ¡No sé!, no lo puedo entender, esa restricción sólo aumenta la curiosidad.
Con el riesgo de que un rayo me parta en dos aquí sentada en donde estoy, me rehúso a aceptar que cualquier dios, de la religión que sea, esté interesado en monopolizar el placer. En cortar esa vía de comunicación con el poder superior para tener una muchedumbre de seguidores insatisfechos y por lo tanto, amargados.
La película le quedó pequeña al tema; no me malinterprete, es linda, claro que lo es. Su fotografía es mágica y la historia engancha; sin embargo, si inclino la balanza en favor de la gastronomía más que del cine, me quedo insatisfecha. El chocolate es mucho más que eso.
El chocolate es sensualidad desbordante, y mire que estoy hablando del chocolate de verdad, es imperativo que se aleje de los productos de manteca de cacao y saborizantes artificiales que no tienen más que grasa y azúcares para ofrecer.
Yo estoy hablando del chocolate que formó leyendas, de ese que postró a los dioses ante él y el que fue fecundado en tierras mexicanas por los fluidos sexuales de los agricultores que tenían la honorable misión de perpetuarlo para la eternidad.
En pocas palabras: ni el chocolate sustituye al sexo, ni el sexo al chocolate. ¡Olvídese de eso por lo que más quiera! Lector, lectora, el chocolate es, fue y será siempre un regalo a los sentidos, no una simple película.
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