Primer plato

De puro elote

Doña María Elena quedó viuda. Tenía tres hijos; la más pequeña cuatro meses. Preparando riquísimos elotes los sacó adelante

Yentizel Chávez / Zapotlán

Elotes asados. Foto: Carlos Rolón.

Gómez Farías tiene aroma dulce. Huele a elote tierno los domingos en la tarde noche cuando los niños del pueblo juegan a “la traes” y cuando la gente se sienta cerquita del kiosko para platicar. Ese domingo era de resurrección y se alcanzaba a ver la paz que produce un día de reposo sin la obligación que suele oprimir el estómago.

Aún con el día de asueto volviéndose noche, en la esquina del jardín principal de este poblado del sur de Jalisco, doña María Elena no dejaba de echar vueltas para deshojar elotes que redondeaba muy bien con un afilado cuchillo. Iba y venía entretenida en el brasero que ahumaba un puñado de mazorcas, a la par que atendía al antojo de cada cliente.

Recién cocidos. Foto: Carlos Rolón.

¿Con limón y chile? ¿Le pongo caldito? Preguntaba apurada mientras preparaba con maestría los vasitos de granitos bien cocidos. Algunos con crema y queso. Los diez o quince pesos invertidos bien valían la pena en la primera cucharada.

Era ágil: cortaba limones, los embarraba entre los granos de cada elote, calculaba la pizca de sal con tres dedos, ponía otro tanto de chile; rebanaba, supervisaba el fuego del brasero cuidadosamente controlado por un olote en cada esquina que suspendía la parrilla, y, por si fuera poco, cuidaba la espaciosa olla de acero que mantenía calientes los tamales dulces, también de elote.

-¿Pica mucho?- preguntaban los que esperaban pacientes su pedido con la intención de tomar precauciones, aunque “Doña Nena”, como también le dicen, decidía con facilidad la cantidad de chile en polvo a revolver.

-Como siempre- respondía orgullosa de su receta. Parecía que sus clientes sabían a qué se refería: al asado con sabor a leña, al ardor que rasca la garganta cuando se trata de chile de árbol, a la textura que no puede compararse con ningún otro chile de etiqueta.

Daba vueltas. Su cara morena pocas veces despegaba la mirada de la pequeña mesa que conformaba al puesto de elotes. Con todo y las prisas, Doña María Elena no dejaba de platicar y un par de oídos atentos la oyeron decir que había quedado viuda, con tres hijos; la más pequeña de cuatro meses. La oyeron cuando dijo que se había quedado con un montón de miedos, con  mucha incertidumbre. Con el mundo encima.

Doña Nena. Foto: Carlos Rolón.

 -“De puro elote los saqué. Uno sí se recibió, las otras porque no quisieron”- dijo mientras envolvía mazorcas asadas en hoja tierna para no dar permiso al viento de que los enfriara.

Los treinta años en el negocio se delataban en cada encargo de la clientela, en la cortesía de sus atenciones para no desencantar a ningún paladar y en la constante invitación para entrar al mundo del comercio.

-“Cálele, va a ver que luego no va a querer dejar de vender. Uno se acostumbra y no es mucha la inversión. Cálele va a ver que sí saca”-.

El domingo escurría, igual que los elotes cocidos recién salidos de la olla. La tardenoche se acababa en el vaivén de esa mujer de entrecortada plática. Después de que tuvo tiempo para mantenerse en calma, contaba que vendía tortilla de mano. Unas en su pueblo y otras en Ciudad Guzmán.

-“La tortilla negra se vende en Guzmán. Aquí no. Aquí nomás la blanca porque no buscan de otra y todo es más barato”-.

Los temas a conversar eran variados: de la señora que tortea, pero pinta la masa, de las muchachas que se van a los bailes lejos y andan cerquita de donde se suelta el diablo y sus maleficencias o de la tranquilidad de Gómez que recibe hospitalario al que lo visita.

Las pláticas obedecían a quien llegara a saludarla, como se hace donde se conoce casi a todos, con familiaridad, como a la tía o a cualquier pariente cercano. Algunos llegaban a despacharse en confianza, trasteando como cuando se llega a la cocina del terruño.

Siguió asando y sirviendo elotes. No faltaría con quién compartir las palabras. Dijo que se quedaría esperando a que su pueblo se fuera a dormir. Descansaría después de eso.

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