Tenían un sabor especial. Eran de frijoles negros, elaborados con esmero, paciencia y la dosis de cariño que ella agregaba
Sergio René de Dios Corona
Los tacos de frijoles guisados con manteca de cerdo me recuerdan a mi siempre bella abuela Angelina, al trato cálido, afable, sonriente, que prodigaba a quienes la visitábamos en su casa. Los guisaba en un sartén, los molía y luego colocaba una porción en una tortilla caliente recién salida del comal.
El queso Cotija desmoronado, a veces crema y salsa de jitomates con chiles verdes que preparaba en un molcajete de piedra, complementaban esas delicias que sus hijos, nietos, yernos, nueras, bisnietos y toda su familia disfrutábamos.
De ojos ligeramente azulados, de sonrisa constante, de palabras afectuosas y escucha atenta, mi abuela siempre salía a recibir a sus visitantes. Abría la puerta de la reja que daba a la calle y con un saludo cariñoso invitaba a pasar.
Enseguida, regularmente ofrecía lo que tenía disponible, que podía ser agua fresca y, a cualquier hora, los sabrosos tacos de frijoles que acompañaba con un rico café o un té de canela, que podía combinar. El gusto es un sentido evocador.
La pequeña cocina, con la estufa, un fregadero y una mesa con sus respectivas sillas era el espacio en que se movía con gracia mi abuela. De corta estatura, iba de un lado a otro.
Vigilaba lo que cocía en la estufa, preparaba salsa, calentaba tortillas, batía algún guisado, destapaba ollas, lavaba trastes, acomodaba manteles, preparaba el humeante café, servía la comida, preguntaba cómo estábamos. No paraba, siempre ayudada por su hermana Adela, a quien decíamos Lela, de cariño.
La cocina y comedor tenía una ventana sin cristales y un ingreso sin puerta. Era también sitio de reunión, de charlas entre quienes llegábamos a desayunar, comer o cenar, a informarnos de cómo estaban mi abuela, su marido Inés y Lela. Los comensales disfrutábamos todos los guisos que generosamente elaboraba la mamá de mi mamá, una hermosa mujer que rebasaba los 60 años.
Los tacos de frijoles tenían un sabor especial. Sabían diferente. Eran siempre de una variedad negra, elaborados con esmero, paciencia y la dosis de energía de cariño que agregaba mi abuela Angelina.
Cada taco lo devorábamos en tres o cuatro mordidas, siempre deleitándonos el paladar y deseando comer todos los que fuera posible, envueltos en esas tortillas de maíz delgadas, ligeras y de un barniz amarillo blancuzco.
Mi abuela murió hace años. Continuamos evocándola. La extrañamos. Si comemos tacos de frijoles negros, si observamos a otras abuelas afables, ella está de nuevo presente.
Angelina sigue siendo un ejemplo para todos de cómo el amor a la familia puede expresarse de muchas maneras. Una, sin duda, a través de la comida, y en nuestro caso especialmente con guisos sencillos, como los tacos de frijoles enmantecados, elaborados con cariño.
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