Encargada del fogón en el rancho El Teuchiteco, es parte de las “Mujeres de maíz” que recuperan la comida antigua de Jalisco
Juan Carlos Núñez Bustillos
“Si yo viviera en la ciudad me moriría de hambre”, lo dice en serio y sin mayor aspaviento doña Pachita Flores Chocoteco, una de las “Mujeres de maíz” que en el rancho El Teuchiteco recrean la comida tradicional y prehispánica de Jalisco.
Doña Pachita no solamente es mujer de maíz, es también la “mujer del fuego”. Ella se encarga de cuidar la lumbre en los fogones de la cocina. Domina con maestría el calor para tenerlo exactamente en la temperatura que se requiere: más mansito o más arrebatado. En momentos sopla con un largo carrizo a los ardientes leños; en otros atiza el fuego. Arrima o retira las brasas según se necesite.
“Desde niña aprendí en mi casa a tortear las tortillas para que queden bien hechas. Las que me quedaban mal yo me las tenía que comer y ¿a quién le gusta comerse una tortilla fea?”.
Y las que ella tortea son maravillosas. Además de cuidar el fuego, prepara las tortillas “y estoy al pendiente de las cazuelas para que no se pegue la comida”.
Nació en el sur de Jalisco, en un rancho de Tuxpan, una de las zonas indígenas que aún prevalecen en el estado y luego se mudó a Ahualulco, en la zona Valles. “Es que me casé con uno de por acá. Así que sé hacer lo de aquí y lo de allá. De Tuxpan, la sopa de boda con arroz y verduras, el mole, la cuachala y todo lo que se da en las fiestas”.
En el rancho El Teuchiteco, se unió a las Mujeres del maíz, un grupo que formó la chef e investigadora Maru Toledo en 2011 para “investigar, proteger, documentar y difundir la cocina antigua y sus métodos de preparación en el estado de Jalisco”, como dice en su libro “Antes de que el tiempo nos alcance”.
Son mujeres que como dice Toledo “respetan las enseñanzas de los ancestros y representan a la mujer mexicana trabajadora y orgullosa de su tradición. Son parte de las verdaderas cocineras tradicionales de Jalisco que viven del trabajo diario y comen gracias al maíz”
Doña Pachita no sólo procesa la semilla sagrada para preparar sabrosos platos. “Yo sé todo lo del maíz, cómo sembrarlo y cuidarlo. Es muy bonito, aunque sea en un pedacito se puede sembrar”.
Agrega que a ella le gusta hacer “las cosas como antes, yo lavo a mano para que la ropa quede bien limpiecita y ya les he demostrado que las lavadoras no la dejan bien limpia”. Doña Pachita no para. “Yo cuando me siento a descansar agarro una servilleta y me pongo a bordar”.
Viste una blusa blanca con flores rosas bordadas en punto de cruz que protege un impecable mandil blanco. Lleva una amplia falda de color azul y se cubre la cabeza con un rebozo.
Junto al rescoldo que queda en el fogón luego de preparar junto con sus compañeras una deliciosa comida, Pachita recibe los elogios de los comensales con una modesta sonrisa.
“Estuvo riquísimo, sabe a campo”, le dice una joven estudiante.
“Sí, ¿verdad?”, responde Pachita y añade: “Si yo viviera en la ciudad me moriría de hambre. A veces he ido con la señora Maru a restaurantes muy buenos, pero a mí me gusta más la comida de aquí. En la ciudad las tortillas son muy malas. Aquí con unos frijolitos de la olla cocidos con leña en la olla de barro, una salsa de molcajete y tortillas, con eso tenemos. Y con un atolito en la mañana y otro en la noche”.
2 Comentarios
Pedro Blando
20 febrero, 2020 at 10:56 pm¡Se me antojaron la tortillas y los frijolitos de la olla! ¡Tiene razón la Sra. Pachita sobre la comida del campo!
Juan Carlos Núñez Bustillos
24 febrero, 2020 at 10:46 amMuchas gracias por dejarnos tu comentario. Saludos.