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“Comer como Dios manda”, la religión llega a la mesa

La relación entre comida y las creencias religiosas es el tema central de este interesante texto escrito por Jacinto García

Juan Carlos Núñez Bustillos

“Comer como Dios manda”. Foto: JCN

La religión llega hasta la cocina. Las maneras de entender y relacionarse con la divinidad pasan por las mesas de los fieles. Las creencias se ligan a los alimentos. Algunos forman parte de los rituales, otros se vinculan a celebraciones y no faltan también los que se prohíben. En el libro “Comer como Dios manda”, Jacinto García hace un interesante análisis sobre cocina y cristianismo.

En el prólogo del libro, el autor afirma: “No es descabellado afirmar que la religión estuvo presente en todos los pucheros y en todas las sartenes del pasado, como uno de sus más destacados ingredientes”.

Carne, uno de los alimentos polémicos. Foto: JCN

El libro está formado por cinco capítulos: “La carne, entre el deseo y el rechazo”, “El pescado: alimento del buen cristiano”, “El mundo vegetal: símbolo del paraíso terrenal” y “Dieta conventual: la frugalidad mediterránea”.

A lo largo de este recorrido, Jacinto García narra la manera en que en distintas épocas los diversos alimentos han sido vistos a la luz de la religión y, como consecuencia de ello, fueron prohibido o alentados por las autoridades eclesiales.

Un aspecto muy interesante del libro es la relación que establece entre la disponibilidad de los alimentos, sus ciclos naturales y sus entornos ecológicos con las interpretaciones de carácter religioso. Es decir, la manera en que la visión “espiritual” se vincula con elementos del entorno natural.

Los ayunos

El ayuno y la abstinencia de ciertos alimentos son parte de los preceptos de muchas religiones. En el caso del cristianismo, nos dice el autor, ningún alimento fue prohibido salvo en ciertas temporadas. “Durante largos periodos de la historia los días de abstinencia de carne supusieron más de un tercio del año [… a quienes no lo respetaban] en tiempos de Carlomagno, se les condenaba a muerte y en la Polonia cristiana se les arrancaban los dientes”.

A diferencia del presente en que las prohibiciones católicas sobre los alimentos son mucho más laxas, hubo une época en que “tantas y tan dispares fueron las normas dietéticas que dictaron para regular los ayunos, las vigilias y los días de abstinencia de carnes que su calendario se convirtió en un completo galimatías difícil de descifrar”.

Muy interesante resulta el apartado sobre las discusiones que existían a propósito de cuáles alimentos se consideraban carne y cuáles no, dados los conocimientos biológicos de la época. “¿Son, acaso, las ranas, tortugas, los caracoles, las almejas, los mejillones…; más carne que pescado, o al contrario?; y las aves ¿a qué grupo pertenece? ¿Rompen la mantequilla o los huevos el ayuno?”.

En el caso de las aves, refiere el autor, durante algún tiempo se consideró que “habían sido creadas de la misma substancia que los peces y, por tanto”, podían consumirse”. Cuenta que en 1696 hubo una consulta para que la “Santa Sede dictaminara si los anfibios eran o no eran de vigilia”.

Ante tanta prohibición, recuerda Gutiérrez, no tardaron en aparecer las excepciones para algunos casos. En 1064 el papa Alejandro II promulgó la Bula de la Cruzada. Mediante el pago de cierta cantidad de dinero, se podía eludir las prohibiciones alimenticias.

Vino, chile y chocolate

Otro aspecto interesante del libro son algunas frases que recopila el autor de santos y líderes religiosos. Por ejemplo, San Bernardo decía: “Me abstengo del vino porque en el vino se encuentra la lujuria… me abstengo de las carnes porque, mientras alimentan mucho a la carne, a la vez alimentan los vicios de la carne”.

Chocolate, otro motivo de discusión. Foto: JCN

Por razones similares el jesuita Bernabé Cobo, recomendaba abstenerse de “comer cosa guisada con ají [chile]”. Las discusiones en torno al consumo de chocolate también fueron intensas entre hombres de Iglesia.

Dice el autor que durante un largo periodo en la historia de España la manera de demostrar que uno era realmente cristiano, más que ir a misa o bautizarse, era comer carne de cerdo, que está prohibida entre musulmanes y judíos.

La Inquisición llegó a detener a personas convertidas al cristianismo que eran acusadas por sus vecinos porque “nunca se le veía echar tocino ni manteca en la olla”. Sin embargo, también recuerda el viejo refrán que dice: “Más judíos hizo cristianos el tocino y el jamón que a Santa Inquisición”.

Los conventos como lugares de adopción de los nuevos alimentos llegados de América y como productores de vino y cerveza son otro de los temas que aborda el autor. Por su fuerte vínculo con ámbitos religiosos, dedica un apartado completo al pan, el olivo y el vino.

Ingredientes, platos y bebidas. Prohibiciones gastronómicas y la manera de burlarlas. Discusiones en torno a la licitud o no de consumir ciertas comidas y de qué manera. El significado de los alimentos en ritos y alteres, forman el entramado de este interesante libro de Jacinto García. Un buen “plato” para disfrutar en estos días de ayuno y abstinencia.

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