De cómo un pretencioso trozo de res, insípido y cubierto por una amarga salsa, se transformó en un delicioso filete a la mostaza
Juan Carlos Núñez Bustillos
No recuerdo el nombre del platillo porque era uno de esos que ocupan dos renglones en el menú. Incluía seguramente un “espejo” de algo, una “cama” de otra cosa y una “lluvia” de algún otro ingrediente.
Era un generoso trozo de carne de res que estaba en su punto. Sin embargo, la elegante salsa de no sé cuántos chiles y varios otros ingredientes -según se leía en el menú-, desmerecía enormemente. Era al mismo tiempo insípida y amarga. Como la entrada había estado deliciosa, la decepción fue doble.
Recordé entonces una frase del padre Jesús Gómez Fregoso, “Chuchín”. Un día fuimos con otros colegas periodistas a comer con él a un restaurante. Cuando llegó su postre le pregunté: “¿Cómo está la jericalla?”. Me respondió: “Como alimento está bien”.
Eso mismo me parecía aquel caro trozo de carne. Como fuente de proteína y remedio para el hambre estaba, sin ninguna duda más que bien, pero como fuente de alegría dejaba mucho que desear.
Me parecía que comerlo así constituiría un deshonor a la vaca. Así que lo pedí para llevar y al día siguiente lo convertí en un delicioso filete a la mostaza.
Como ya venía muy bien hecho y la carne estaba en el punto que me gusta, lo demás fue fácil. Primero le quité muy bien toda la salsa original. En una cazuelita puse varias cucharadas de crema “de la buena” y una de mostaza. Sazoné con poca sal y algo de pimienta. Para mi fortuna, quedaba un poco de vino tinto en una botella. Dejé que hirviera un poco y luego añadí la carne que ya tenía a temperatura ambiente. Quedó riquísima.
Así honré a la vaca y también al chef.
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