Este es un relato de ficción, un homenaje al albur que encuentra un fértil territorio en los temas culinarios. Pase usted a leer
Querido compadre: Lamento mucho que no se haya podido venir a pasar el chiquito, pero siempre relajante, fin de semana con nosotros. Qué lástima que por andar en pitos y flautas usted no se haya organizado para formar parte del viaje gastronómico de nuestro club culinario. Preste atención porque nuestra expedición a Ayo el chico fue un éxito. Aquí se la resumo para que le llene la boca del puritito antojo.
Aprovecho para enviarle este mensaje mientras nos arreglan los cueritos, las trompas y el buche que pedimos para llevar en un local que se especializa en las conservas hechas con vinagre de piña casero. Le llevo unas bolsitas para que las pruebe. ¡Buenísimas!
Llegar a Ayo el chico no fue tan difícil. Si uno le pone el debido empeño lo puede hallar, aunque esté oscuro. Ese fue nuestro caso. Llegamos ya de noche porque nos paramos en San Buto para recoger unas rosquillas de pinole que habíamos mandado hacer y luego pasamos por Cojotepec para disfrutar de un cafecito con piquete bien renegrido. De olla, como se bebe en los ranchos, no como los capuchinos bien calientes con leche deslactosada que tanto le gustan a usted.
Pues eran ya pasaditas de las diez de la noche cuando llegamos a Ayo. Solamente estaba abierto un puestito en la plaza donde vendían, bien enmielados, como se debe, calabaza y camote. Siéntese si está de pie porque aquí viene lo bueno.
Al día siguiente, desayunamos en una fondita que nos recomendaron. Le dicen “Las Nachas”. Pasa usted a creer que desde las siete de la mañana ya estaba llena. Son dos gemelas. Su culinaria no sólo es abundante y sabrosa, sino que representa los platos más tradicionales de la región.
Primero nos arrimaron un tamal barbón que preparan con los camarones que sacan de una presa aledaña. A usted, le hubieran puesto el tamal rojo, que es otra de sus especialidades. Luego nos sacaron el jocoque que hacen de la manera más tradicional, con pura leche bronca. Lo guardan en una preciosa ollita de barro, a la antigüita. Por si eso fuera poco seguimos con unas gorditas con unos chicharrones que ¡Dios guarde la hora! Eso nomás fue para abrir el día.
Animados por el estimulante desayuno, los miembros del club se levantaron pronto de las mesas porque nos recomendaron ir a la presa. A usted que le encanta andar en lancha, le hubiera encantado el paseo. Para entonces, ya hacía hambre.
Desembarcamos en una palapita donde cocinan en anafres. ¡Delicioso! Nos recibieron con un mezcalito oaxaqueño y nos dejaron el famoso gusano rosado en un platito artesanal simpáticamente decorado. En realidad, es un gusano de maguey que adquiere ese color por la salsa de jitomate y queso con que lo preparan.
Seguimos con un enorme plato de chacales, son una especie de langostino, lo cuecen con infinidad de especies y de ajo, le ponen entera una cabeza. Chupa usted el limón con un poquito de sal, le da un trago al mezcal y luego una mordida al chacal. Es, como dicen, los chefs, un maridaje perfecto. Con una dona glaseada, pasas y nueces, terminamos ese banquete.
Para bajar la comida dimos una buena caminata por las pintorescas calles hasta que llegamos a la fábrica de cajeta. Le saqué unas fotos para que conozca el procedimiento. ¡Qué maravilla! Muy diferentes a las riquísimas de Sayula cuya ánima conoce usted tan bien. Como ya habíamos bebido demasiada cafeína pedimos un té. De coger un resfriado nos salvamos por un pelito, porque nos sorprendió un tormentón.
Ya con el frillito nos dio hambre. En un puestito nos comimos unos sabrosos tacos de longaniza en papas y otros de crema. Sáqueme de una duda, ¿usted probó aquel chorizo curado que traía de fuera del país el lic. Zacarías Blanco? Creo que lo importaba de Pamplona.
El domingo desayunamos ligero. Solamente unos huevos tibios (¿Sabía que según los lamas del Tíbet son un alimento que alimenta el espíritu?). Venían acompañados con sus frijolitos de Zacoalco.
Luego fuimos a misa. El cura Melchor hizo un sermón largo y aburrido. A salir, en la plaza, seguimos con unos riquísimos elotes. Había también un puesto de helados. Hubiera querido invitarle a usted un raspado de anís. Ya le dispararé unos ostiones en el centro de Guadalajara la próxima semana. Lo que sí le llevo es un chile en cajones, recién cosechado. Ya lo probará, le va a encantar.
Ojalá que con este relato se anime a acompañarnos y a asistir regularmente a las sesiones y expediciones del club culinario. Póngase de modo para asistir regularmente. Si no, ya sabe, le puede pasar como a mí que me expulsaron de una honorable asociación por faltas injustificadas.
Atentamente, su compadre.
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